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jueves, 3 de enero de 2013

Día 9, Capítulo 2


Capítulo 2
Una Nota, Mil Memorias

E
sa noche no logró dormir con facilidad. Su reloj de bolsillo marcaba aproximadamente la media noche y Erik aún seguía dando vueltas en su cama. La sentía incómoda y además el miedo y un sentimiento inquietante lo abrazaban. Desde que se fue a la cama no pudo quitarse la impresión de que alguien lo miraba profundamente y tampoco podía sacarse de la cabeza la imagen que había quedado grabada en su mente aquella tarde. Desde el principio tuvo la impresión de que el castillo no era como los demás al igual que sus habitantes. Incluso le pareció sentir el dolor que la joven pudo haber sentido al ser mordida en su cuello y quiso irse. Así que se levantó, se vistió y salió del castillo.
Atravesó el jardín del domicilio, bajó la pequeña colina donde estaba ubicado cubierto por frondosos árboles y caminó sin rumbo alguno por las solitarias calles de Versalles. La noche estaba fría y el aire le zumbaba en los oídos. Las casas grandes y elegantes estaban oscuras, no había ninguna luz que saliera de las ventanas. La única luz que había era la de la luna que a pesar de ser muy pálida y pobre era suficiente como para iluminar su camino. Aunque no sabía a donde iba, caminaba apresuradamente; como si creyera que tenía que escapar de algo. Pronto, se detuvo frente a un callejón. Sus ojos apreciaron una rápida pero macabra escena. Un hombre tenía una mujer entre sus brazos mientras succionaba su cuello, posteriormente el hombre la soltó y ella calló muerta al suelo y el asesino sonrió con sus labios y su mentón llenos de sangre sintiendo como corría por sus venas el delicioso placer de matar. Impresionado, siguió caminando. Más adelante vio exactamente lo mismo, solo que esta vez era una mujer quien asesinaba a un hombre entre la oscuridad de los árboles.
¿Qué está pasando? ¿En qué me he metido?
El miedo lo abrumó. Aquellas personas se alimentaban de otras personas y lo mejor sería que no se dieran cuenta de que él estaba allí.
-Señor Jügerhof.-susurró alguien. Pero ya era demasiado tarde.
No quiso prestar atención y siguió caminando con el corazón acelerado. Unos segundos después el susurro se volvió a escuchar. Las copas de los árboles se sacudieron con fuerza y se dio cuenta de que lo estaban persiguiendo pero continuó caminando más apresuradamente con la mirada clavada en el suelo.
-Deténgase.-volvió a susurrar.
Erik frenó en seco. Concurrió un profundo silencio que lo mareó. Su respiración se agitó y su corazón parecía que iba a explotar. La adrenalina se extendió por su cuerpo pero no podía dejarla escapar, quería echar a correr pero sus pies estaban pegados al pavimento. Entonces, sintió una presencia detrás de él, una mala energía. A pesar del miedo; respiró profundamente, levantó la cabeza, se dio vuelta con rapidez y ahí estaba.
La bruma negra que se levantaba desde el suelo con su par de ojos azules. Lo observaba con detenimiento, lo examinaba de adentro hacia afuera, de arriba abajo. Un sudor frío corrió por la espalda de Erik, sus manos y pies temblaban. Se encontraba inmóvil y mudo pegado al suelo con su corazón latiendo a toda prisa. De repente, todos los asesinos, todas aquellas extrañas personas aparecieron detrás de la bruma. Eran aproximadamente unas cuarenta entre hombres y mujeres. Todos de gran belleza, ojos claros y siniestros, todos muy galantes pero vestidos de negro y expulsaban la misma malvada energía; todos dejaban salir de su cuerpo el mismo odio.
Se estaban preparando para abalanzarse contra él con viles sonrisas que dejaban ver afilados colmillos y justo cuando habían tomado impulso para saltar, otra persona se atravesó velozmente entre ellos y Erik, impidiendo que lo lastimaran. El desconocido extendió sus brazos protegiéndolo y todos los atacantes se detuvieron de inmediato. Ahora eran ellos los vulnerables.
-¡Jamás vuelvan a acercarse a este hombre! Hace parte de la misión.-dijo el hombre. Erik, detrás de él; reconoció esa voz tan autoritaria: Damen. – Regresen al castillo de inmediato y no saldrán de allí hasta que yo lo permita.
Mientras Damen hablaba Erik buscó la bruma entre los árboles, los rincones, los techos de las casas pero ya había desaparecido. Estaba confundido y asustado.
Probablemente ellos son todos los que viven con Damen… Y quieren matarme.
Todos se fueron a gran velocidad al castillo mientras que Damen se volvió a Erik.
-¿Se encuentra bien, señor Jügerhof?
Tardó en contestar. Tenía un fuerte nudo en la garganta el cual desató difícilmente tratando de pasar saliva.
-Sí, estoy bien… Todos ustedes son…-su voz estaba entrecortada y débil.
-Regresemos al castillo. Tiene que descansar.-replicó Damen, interrumpiéndolo.
Erik asintió y se dirigieron al recinto.
Cuando llegó al castillo entró a la biblioteca y siguió leyendo el libro de poesías. Leer aquel libro le traía los ya mencionados recuerdos de su juventud algo que, al principio, le parecieron incómodos. Pero a medida que su concentración iba profundizándose en la lectura, se acostumbró al sentimiento. Ya le faltaban unas pocas páginas para terminar cuando John lo sorprendió.           
-Lo siento mucho, señor Jügerhof.-se disculpó John.-Supe lo que pasó hace unos instantes. Lamento que se haya enterado de esa forma.
-¿Enterarme de qué?
John no dijo nada. No supo muy bien cómo explicarlo.
-¡Oh! De que todos ustedes son… vampiros, ¿verdad? Sabía que yo no vivía con gente normal.
-Sí, así es.
Erik suspiró.
-Jamás debí haber salido de casa, ni de Alemania.-dijo él.
-Yo también pensé lo mismo cuando lo supe.
-¿Usted también es un vampiro?
-Justamente. Bueno, venía a avisarle que la esposa de Damen llegará en pocos minutos desde Polonia. Dice él si le gustaría bajar a recibirla, allí están todos los demás.
-¿Los que quisieron matarme? Gracias, pero prefiero quedarme aquí.
-No se preocupe, usted está protegido. Vamos, será mejor obedecer.
Erik se levantó dando pasos pesados y obligados y bajaron a la sala principal tan iluminada de velas y elegantes lámparas de cristal que colgaban del techo. Allí estaban todos los demás vampiros hablando entre ellos a la espera de la esposa de Damen. Cuando llegó a la sala, nadie pareció percatarse de su presencia mientras que John se unió a un grupo que estaba sentado en los sofás. En una pequeña mesa había una bandeja llena de copas de vino. Erik se acercó y tomó una. Lo tranquilizó probar el mismo exquisito vino que Damen le había preparado. Estaba allí parado, solo. Algunas vampiras lo miraban y sonreían tratando de seducirlo pero Erik al ver sus colmillos lo único que podía hacer era desviar la mirada. Todavía estaba asustado. Sentía como si todo eso fuera un engaño para distraerlo y matarlo pero, aunque todos podían olfatear su sangre humana y sentir su miedo, parecían amigables.
De repente, una mujer se acercó.
-Usted es Erik Jügerhof, ¿cierto?-dijo la mujer. Era bella. Su cabello largo y rizado era de color grisáceo, extraño pero llamativo. Las facciones de su cara eran finas, sus ojos grandes y negros y tan alta como Erik. Llevaba puesto un lindo vestido azul oscuro de corsé apretado, mangas largas, escote cuadrado, falda y sobrefalda muy bombacho.
-Sí, soy yo.
La mujer sonrió. Erik esperaba ver dos afilados colmillos asomados en aquella sonrisa, pero no los encontró. Ella parecía ser humana, o al menos su pulcra dentadura lo era.
-Soy Caroline Boucher. Es un gusto conocerlo. Supe que va a trabajar para Damen.-dijo ella cogiendo una copa de vino.
-Así es, pero todavía no sé qué es lo que tengo que hacer.
-Damen es así. No trabajo precisamente para él pero le ayudo en todos los asuntos de los clanes.
-¿Clanes? ¿Hay más vampiros en Francia?
-No solo en Francia. En Rusia, Canadá y Alemania también hay.
-¿Y cómo puede usted convivir con vampiros? Yo llegué ayer y ya quiero irme.
-Es difícil, pero uno se acostumbra con el pasar del tiempo. Solo hay que obedecer.
-¿Y por qué no se une?-hasta para Erik esa fue una pregunta extraña y algo incómoda.
Ella tardó en contestar y pensó una respuesta rápida bajando la mirada.
-Me gusta mi vida humana.-contestó finalmente.
En ese momento, todos los vampiros empezaron a hablar más fuertemente y a sonreír entre ellos.
-Parece que Katelynn llegó.-dijo Caroline.
-¿Katelynn?
-Sí, Katelynn Schweitzer; esposa de Damen. Hace parte del clan alemán aunque no tienen representante.
-¿Cada clan tiene uno?
-Por supuesto. El representante del clan de este país es Damen y los clanes de Rusia y Canadá también tienen. Louie Patrovski y Jason Button respectivamente.
-¿Y por qué en Alemania no hay?
-Porque ni Damen ni yo hemos hallado al alemán perfecto.
Sintió que aquella respuesta fue un dardo lanzado justo en el centro de su corazón.
Katelynn entró al castillo caminando entre las dos filas de vampiros que habían hecho a cada lado de la puerta, inclinándose a medida que ella pasaba.
-Ya regreso.-dijo Caroline y también fue a saludarla.
Había un sentimiento extraño en él mismo. Estaba ensimismado acerca de todo lo que Caroline le había dicho pero al mismo tiempo no quería quitarle la mirada de encima. Era una mujer amable, su sonrisa y su forma de hablar era sofisticada y tierna al mismo tiempo; pero por otro lado también era algo diferente, había algo escondido tras esa afable sonrisa  aunque no sintió ningún tipo de energía anómala en el momento que estuvo con ella. Más bien le pareció que era de confianza y que sería bueno seguir en contacto con ella.
La noche transcurrió con calma. Erik pensó que Caroline iba a volver acercarse para seguir hablando, pero se sentó en un sillón y empezó a leer un libro de tapas negras sin ningún tipo de inscripción. Notó que era muy cuidadosa con su lectura puesto que no dejaba que nadie viera ni una página y a pesar de todo el ruido estaba muy concentrada. Empezó a sentirse intranquilo. Sentir cientos de miradas sobre él que parecían evaluar su mente, que se burlaran de sus pensamientos y su miedo humano era algo difícil de resistir. Al mismo tiempo notó que los vampiros que estaban cerca de él lo olfateaban, respiraban profundo inspeccionando el dulce aroma de cada una de sus células, de cada mililitro de su sangre.
Decidió irse de allí pasando desapercibido al subir las escaleras. Entró a la biblioteca, tomó el violín que estaba sobre el escritorio y luego se encerró en su habitación. Abrió la ventana de par en par y empezó a tocar en el violín una melodía que parecía narrar los nuevos sentimientos y las nuevas impresiones que jamás había experimentado y que había logrado conocer estando solamente un día en Versalles. Tocó frente a la ventana como si quisiera contarle a la ciudad su historia de apenas veinticuatro horas. Sus dedos bailaban sobre las cuerdas y cada nota que interpretaba con el arco le traía recuerdos de los momentos más oscuros de su vida, sin saber por qué. En su mente se dibujaron las imágenes del día del funeral de sus padres, de las desilusiones que había tenido durante ese lapso de tiempo en que no pudo evitar el pensamiento de que estaba solo en el mundo. Volvieron a sus oídos las hirientes palabras de los demás miembros de su familia cuando se negaron a acompañarlo al menos en los momentos de la más profunda agonía, regresaron los horrorosos recuerdos de una juventud oscura y solitaria y ahora; su enfrentamiento con la muerte. La melodía de Erik era cada vez más intensa y más triste. La música era el único refugio que le quedaba donde el vasto mar de recuerdos que habitaba en su cabeza parecía calmarse en aquellos gloriosos minutos donde las notas más trágicas salían a flote.
Tocó hasta que las yemas de sus dedos le ardieron y sus brazos se cansaron de sostener el violín y el arco en permanente movimiento. Cerró los ojos y se asomaron sendas lágrimas que brillaron como perlas a la luz de las velas.
Debí haberme quedado en casa. Allí estoy solo pero no corro peligro como aquí.
De repente el dolor de su espíritu se quemó con un fuerte dolor en su espalda cuando un salvaje y profundo rasguño la atravesó rasgando su abrigo, su camisa y su piel. Hizo un esfuerzo por no gritar aunque el dolor agudo no solo inundó su espalda sino que corrió por todo su cuerpo. Empezó a sangrar y varias gotas cayeron al suelo. En la sala principal, los vampiros se alborotaron. Ya todos habían sentido aún más fuertemente el dulce aroma de la sangre de Erik. Damen lo apreció también, y se dirigió a su habitación.
-¿Se encuentra bien, señor Jügerhof?-preguntó Damen, subiendo en un segundo.
-Sí, estoy bien.-respondió Erik quien se había quitado su abrigo y con la camisa trataba de improvisar un vendaje.
-Déjeme ver que le pasó.
Se quitó la camisa y dejó ver el largo y profundo rasguño que atravesaba su espalda diagonalmente. Simultáneamente, el olor de la sangre penetró en la nariz de Damen hasta llegar a su cerebro. Ciertamente aquella sangre debía ser la ambrosía más suculenta, pero se contuvo. Llamó a uno de los criados que hasta el momento Erik no sabía que existían, y mandó a traer un poco de agua y una venda.
-Es una herida profunda, pero sanará rápidamente.
El criado llegó con lo que Damen había pedido. Empapó un extremo de la camisa de Erik en agua y lavó la herida. Posteriormente la vendó diagonalmente, conforme al rasguño. Mientras lo hacía, sus dedos índices alcanzaron a mancharse de sangre y los llevó a su boca saboreando hasta que el sabor se deshizo en su interior. Jamás la volvería a probar, pero jamás olvidaría aquel delicioso sabor.
-Ya está listo. Solo tiene que esperar.
-Gracias.
-Caroline quiere hablar con usted. ¿La hago pasar?
Erik asintió mientras se ponía otra camisa y un chaleco negro cuyos bordes estaban decorados con finos espirales dorados.
Damen salió de la habitación llevándose el agua mezclada con sangre y segundos después entró Caroline.
-¿Qué le pasó?-preguntó ella sentándose en la silla que estaba al lado de la cama.
-Algo me ha rasguñado.
Caroline vio las manchas de sangre en el suelo.
-Sangró demasiado, ¿Cierto?
-Sí, eso parece.-Erik notó que ella llevaba el libro en sus manos.- ¿De qué se trata ese libro? La vi leyéndolo muy detenidamente.
Ella apretó lo apretó contra su pecho.
-Es algo muy personal para mí. Personal e intransferible. Hay una larga historia oculta entre sus páginas.
-¿Se refiere a que nadie más lo puede leer?
-Tal vez sí, pero preferiría que nadie lo hiciera.
Erik no dijo nada.
-¿Ha detallado el cuadro de Versalles?-preguntó Caroline rompiendo el silencio.
-Por supuesto que sí. Es extraño…
-¿Por qué?
-¿No ha visto ese terrible par de ojos que está entre las ramas de los árboles?
-No, no lo he visto. Para serle sincera, creo que nadie más ve esos ojos sino solo usted.
-¿A qué se refiere?
Caroline suspiró. Sintió por él algo de lástima pero al mismo tiempo entusiasmo.
-Conozco a una pitonisa. Su nombre es Lauren. Si lo desea, mañana en la tarde vengo por usted para que vayamos a visitarla. Quizá ella le pueda ayudar a encontrar algunas de las respuestas que necesita.
-¿Respuestas? ¿Qué respuestas necesito?
-Quizá necesita responder esta pregunta: ¿Por qué está usted aquí rodeado de vampiros?
-Me encantaría ver a la pitonisa.
ef

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