Capítulo 2
Una Nota, Mil Memorias
E
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sa noche no logró dormir con facilidad. Su reloj de
bolsillo marcaba aproximadamente la media noche y Erik aún seguía dando vueltas
en su cama. La sentía incómoda y además el miedo y un sentimiento inquietante
lo abrazaban. Desde que se fue a la cama no pudo quitarse la impresión de que alguien
lo miraba profundamente y tampoco podía sacarse de la cabeza la imagen que
había quedado grabada en su mente aquella tarde. Desde el principio tuvo la
impresión de que el castillo no era como los demás al igual que sus habitantes.
Incluso le pareció sentir el dolor que la joven pudo haber sentido al ser
mordida en su cuello y quiso irse. Así que se levantó, se vistió y salió del
castillo.
Atravesó
el jardín del domicilio, bajó la pequeña colina donde estaba ubicado cubierto
por frondosos árboles y caminó sin rumbo alguno por las solitarias calles de
Versalles. La noche estaba fría y el aire le zumbaba en los oídos. Las casas grandes
y elegantes estaban oscuras, no había ninguna luz que saliera de las ventanas.
La única luz que había era la de la luna que a pesar de ser muy pálida y pobre era
suficiente como para iluminar su camino. Aunque no sabía a donde iba, caminaba
apresuradamente; como si creyera que tenía que escapar de algo. Pronto, se
detuvo frente a un callejón. Sus ojos apreciaron una rápida pero macabra
escena. Un hombre tenía una mujer entre sus brazos mientras succionaba su
cuello, posteriormente el hombre la soltó y ella calló muerta al suelo y el
asesino sonrió con sus labios y su mentón llenos de sangre sintiendo como
corría por sus venas el delicioso placer de matar. Impresionado, siguió
caminando. Más adelante vio exactamente lo mismo, solo que esta vez era una
mujer quien asesinaba a un hombre entre la oscuridad de los árboles.
¿Qué está pasando?
¿En qué me he metido?
El
miedo lo abrumó. Aquellas personas se alimentaban de otras personas y lo mejor
sería que no se dieran cuenta de que él estaba allí.
-Señor
Jügerhof.-susurró alguien. Pero ya era demasiado tarde.
No
quiso prestar atención y siguió caminando con el corazón acelerado. Unos
segundos después el susurro se volvió a escuchar. Las copas de los árboles se
sacudieron con fuerza y se dio cuenta de que lo estaban persiguiendo pero continuó
caminando más apresuradamente con la mirada clavada en el suelo.
-Deténgase.-volvió
a susurrar.
Erik
frenó en seco. Concurrió un profundo silencio que lo mareó. Su respiración se
agitó y su corazón parecía que iba a explotar. La adrenalina se extendió por su
cuerpo pero no podía dejarla escapar, quería echar a correr pero sus pies
estaban pegados al pavimento. Entonces, sintió una presencia detrás de él, una
mala energía. A pesar del miedo; respiró profundamente, levantó la cabeza, se
dio vuelta con rapidez y ahí estaba.
La
bruma negra que se levantaba desde el suelo con su par de ojos azules. Lo
observaba con detenimiento, lo examinaba de adentro hacia afuera, de arriba
abajo. Un sudor frío corrió por la espalda de Erik, sus manos y pies temblaban.
Se encontraba inmóvil y mudo pegado al suelo con su corazón latiendo a toda
prisa. De repente, todos los asesinos, todas aquellas extrañas personas aparecieron
detrás de la bruma. Eran aproximadamente unas cuarenta entre hombres y mujeres.
Todos de gran belleza, ojos claros y siniestros, todos muy galantes pero
vestidos de negro y expulsaban la misma malvada energía; todos dejaban salir de
su cuerpo el mismo odio.
Se
estaban preparando para abalanzarse contra él con viles sonrisas que dejaban
ver afilados colmillos y justo cuando habían tomado impulso para saltar, otra
persona se atravesó velozmente entre ellos y Erik, impidiendo que lo
lastimaran. El desconocido extendió sus brazos protegiéndolo y todos los
atacantes se detuvieron de inmediato. Ahora eran ellos los vulnerables.
-¡Jamás
vuelvan a acercarse a este hombre! Hace parte de la misión.-dijo el hombre. Erik,
detrás de él; reconoció esa voz tan autoritaria: Damen. – Regresen al castillo
de inmediato y no saldrán de allí hasta que yo lo permita.
Mientras
Damen hablaba Erik buscó la bruma entre los árboles, los rincones, los techos
de las casas pero ya había desaparecido. Estaba confundido y asustado.
Probablemente ellos
son todos los que viven con Damen… Y quieren matarme.
Todos
se fueron a gran velocidad al castillo mientras que Damen se volvió a Erik.
-¿Se
encuentra bien, señor Jügerhof?
Tardó en contestar. Tenía un fuerte nudo en la garganta
el cual desató difícilmente tratando de pasar saliva.
-Sí,
estoy bien… Todos ustedes son…-su voz estaba entrecortada y débil.
-Regresemos
al castillo. Tiene que descansar.-replicó Damen, interrumpiéndolo.
Erik
asintió y se dirigieron al recinto.
Cuando
llegó al castillo entró a la biblioteca y siguió leyendo el libro de poesías. Leer
aquel libro le traía los ya mencionados recuerdos de su juventud algo que, al
principio, le parecieron incómodos. Pero a medida que su concentración iba
profundizándose en la lectura, se acostumbró al sentimiento. Ya le faltaban
unas pocas páginas para terminar cuando John lo sorprendió.
-Lo
siento mucho, señor Jügerhof.-se disculpó John.-Supe lo que pasó hace unos
instantes. Lamento que se haya enterado de esa forma.
-¿Enterarme
de qué?
John
no dijo nada. No supo muy bien cómo explicarlo.
-¡Oh!
De que todos ustedes son… vampiros, ¿verdad? Sabía que yo no vivía con gente
normal.
-Sí,
así es.
Erik
suspiró.
-Jamás
debí haber salido de casa, ni de Alemania.-dijo él.
-Yo
también pensé lo mismo cuando lo supe.
-¿Usted
también es un vampiro?
-Justamente.
Bueno, venía a avisarle que la esposa de Damen llegará en pocos minutos desde
Polonia. Dice él si le gustaría bajar a recibirla, allí están todos los demás.
-¿Los
que quisieron matarme? Gracias, pero prefiero quedarme aquí.
-No
se preocupe, usted está protegido. Vamos, será mejor obedecer.
Erik
se levantó dando pasos pesados y obligados y bajaron a la sala principal tan
iluminada de velas y elegantes lámparas de cristal que colgaban del techo. Allí
estaban todos los demás vampiros hablando entre ellos a la espera de la esposa
de Damen. Cuando llegó a la sala, nadie pareció percatarse de su presencia
mientras que John se unió a un grupo que estaba sentado en los sofás. En una
pequeña mesa había una bandeja llena de copas de vino. Erik se acercó y tomó
una. Lo tranquilizó probar el mismo exquisito vino que Damen le había
preparado. Estaba allí parado, solo. Algunas vampiras lo miraban y sonreían
tratando de seducirlo pero Erik al ver sus colmillos lo único que podía hacer
era desviar la mirada. Todavía estaba asustado. Sentía como si todo eso fuera
un engaño para distraerlo y matarlo pero, aunque todos podían olfatear su
sangre humana y sentir su miedo, parecían amigables.
De
repente, una mujer se acercó.
-Usted
es Erik Jügerhof, ¿cierto?-dijo la mujer. Era bella. Su cabello largo y rizado
era de color grisáceo, extraño pero llamativo. Las facciones de su cara eran
finas, sus ojos grandes y negros y tan alta como Erik. Llevaba puesto un lindo
vestido azul oscuro de corsé apretado, mangas largas, escote cuadrado, falda y
sobrefalda muy bombacho.
-Sí,
soy yo.
La
mujer sonrió. Erik esperaba ver dos afilados colmillos asomados en aquella
sonrisa, pero no los encontró. Ella parecía ser humana, o al menos su pulcra
dentadura lo era.
-Soy
Caroline Boucher. Es un gusto conocerlo. Supe que va a trabajar para Damen.-dijo
ella cogiendo una copa de vino.
-Así
es, pero todavía no sé qué es lo que tengo que hacer.
-Damen
es así. No trabajo precisamente para él pero le ayudo en todos los asuntos de
los clanes.
-¿Clanes?
¿Hay más vampiros en Francia?
-No
solo en Francia. En Rusia, Canadá y Alemania también hay.
-¿Y
cómo puede usted convivir con vampiros? Yo llegué ayer y ya quiero irme.
-Es
difícil, pero uno se acostumbra con el pasar del tiempo. Solo hay que obedecer.
-¿Y
por qué no se une?-hasta para Erik esa fue una pregunta extraña y algo
incómoda.
Ella
tardó en contestar y pensó una respuesta rápida bajando la mirada.
-Me
gusta mi vida humana.-contestó finalmente.
En
ese momento, todos los vampiros empezaron a hablar más fuertemente y a sonreír
entre ellos.
-Parece
que Katelynn llegó.-dijo Caroline.
-¿Katelynn?
-Sí, Katelynn Schweitzer; esposa de Damen. Hace parte del clan
alemán aunque no tienen representante.
-¿Cada
clan tiene uno?
-Por
supuesto. El representante del clan de este país es Damen y los clanes de Rusia
y Canadá también tienen. Louie Patrovski y Jason Button respectivamente.
-¿Y
por qué en Alemania no hay?
-Porque
ni Damen ni yo hemos hallado al alemán perfecto.
Sintió
que aquella respuesta fue un dardo lanzado justo en el centro de su corazón.
Katelynn
entró al castillo caminando entre las dos filas de vampiros que habían hecho a
cada lado de la puerta, inclinándose a medida que ella pasaba.
-Ya
regreso.-dijo Caroline y también fue a saludarla.
Había
un sentimiento extraño en él mismo. Estaba ensimismado acerca de todo lo que
Caroline le había dicho pero al mismo tiempo no quería quitarle la mirada de
encima. Era una mujer amable, su sonrisa y su forma de hablar era sofisticada y
tierna al mismo tiempo; pero por otro lado también era algo diferente, había
algo escondido tras esa afable sonrisa aunque no sintió ningún tipo de energía
anómala en el momento que estuvo con ella. Más bien le pareció que era de
confianza y que sería bueno seguir en contacto con ella.
La
noche transcurrió con calma. Erik pensó que Caroline iba a volver acercarse
para seguir hablando, pero se sentó en un sillón y empezó a leer un libro de
tapas negras sin ningún tipo de inscripción. Notó que era muy cuidadosa con su
lectura puesto que no dejaba que nadie viera ni una página y a pesar de todo el
ruido estaba muy concentrada. Empezó a sentirse intranquilo. Sentir cientos de
miradas sobre él que parecían evaluar su mente, que se burlaran de sus
pensamientos y su miedo humano era algo difícil de resistir. Al mismo tiempo
notó que los vampiros que estaban cerca de él lo olfateaban, respiraban
profundo inspeccionando el dulce aroma de cada una de sus células, de cada
mililitro de su sangre.
Decidió
irse de allí pasando desapercibido al subir las escaleras. Entró a la
biblioteca, tomó el violín que estaba sobre el escritorio y luego se encerró en
su habitación. Abrió la ventana de par en par y empezó a tocar en el violín una
melodía que parecía narrar los nuevos sentimientos y las nuevas impresiones que
jamás había experimentado y que había logrado conocer estando solamente un día
en Versalles. Tocó frente a la ventana como si quisiera contarle a la ciudad su
historia de apenas veinticuatro horas. Sus dedos bailaban sobre las cuerdas y
cada nota que interpretaba con el arco le traía recuerdos de los momentos más
oscuros de su vida, sin saber por qué. En su mente se dibujaron las imágenes del
día del funeral de sus padres, de las desilusiones que había tenido durante ese
lapso de tiempo en que no pudo evitar el pensamiento de que estaba solo en el
mundo. Volvieron a sus oídos las hirientes palabras de los demás miembros de su
familia cuando se negaron a acompañarlo al menos en los momentos de la más
profunda agonía, regresaron los horrorosos recuerdos de una juventud oscura y
solitaria y ahora; su enfrentamiento con la muerte. La melodía de Erik era cada
vez más intensa y más triste. La música era el único refugio que le quedaba
donde el vasto mar de recuerdos que habitaba en su cabeza parecía calmarse en
aquellos gloriosos minutos donde las notas más trágicas salían a flote.
Tocó
hasta que las yemas de sus dedos le ardieron y sus brazos se cansaron de
sostener el violín y el arco en permanente movimiento. Cerró los ojos y se
asomaron sendas lágrimas que brillaron como perlas a la luz de las velas.
Debí haberme
quedado en casa. Allí estoy solo pero no corro peligro como aquí.
De
repente el dolor de su espíritu se quemó con un fuerte dolor en su espalda
cuando un salvaje y profundo rasguño la atravesó rasgando su abrigo, su camisa
y su piel. Hizo un esfuerzo por no gritar aunque el dolor agudo no solo inundó
su espalda sino que corrió por todo su cuerpo. Empezó a sangrar y varias gotas cayeron
al suelo. En la sala principal, los vampiros se alborotaron. Ya todos habían
sentido aún más fuertemente el dulce aroma de la sangre de Erik. Damen lo
apreció también, y se dirigió a su habitación.
-¿Se
encuentra bien, señor Jügerhof?-preguntó Damen, subiendo en un segundo.
-Sí,
estoy bien.-respondió Erik quien se había quitado su abrigo y con la camisa
trataba de improvisar un vendaje.
-Déjeme
ver que le pasó.
Se
quitó la camisa y dejó ver el largo y profundo rasguño que atravesaba su
espalda diagonalmente. Simultáneamente, el olor de la sangre penetró en la
nariz de Damen hasta llegar a su cerebro. Ciertamente aquella sangre debía ser
la ambrosía más suculenta, pero se contuvo. Llamó a uno de los criados que
hasta el momento Erik no sabía que existían, y mandó a traer un poco de agua y
una venda.
-Es
una herida profunda, pero sanará rápidamente.
El
criado llegó con lo que Damen había pedido. Empapó un extremo de la camisa de Erik
en agua y lavó la herida. Posteriormente la vendó diagonalmente, conforme al
rasguño. Mientras lo hacía, sus dedos índices alcanzaron a mancharse de sangre
y los llevó a su boca saboreando hasta que el sabor se deshizo en su interior.
Jamás la volvería a probar, pero jamás olvidaría aquel delicioso sabor.
-Ya
está listo. Solo tiene que esperar.
-Gracias.
-Caroline
quiere hablar con usted. ¿La hago pasar?
Erik
asintió mientras se ponía otra camisa y un chaleco negro cuyos bordes estaban
decorados con finos espirales dorados.
Damen
salió de la habitación llevándose el agua mezclada con sangre y segundos
después entró Caroline.
-¿Qué
le pasó?-preguntó ella sentándose en la silla que estaba al lado de la cama.
-Algo
me ha rasguñado.
Caroline
vio las manchas de sangre en el suelo.
-Sangró
demasiado, ¿Cierto?
-Sí,
eso parece.-Erik notó que ella llevaba el libro en sus manos.- ¿De qué se trata
ese libro? La vi leyéndolo muy detenidamente.
Ella
apretó lo apretó contra su pecho.
-Es
algo muy personal para mí. Personal e intransferible. Hay una larga historia
oculta entre sus páginas.
-¿Se
refiere a que nadie más lo puede leer?
-Tal
vez sí, pero preferiría que nadie lo hiciera.
Erik
no dijo nada.
-¿Ha
detallado el cuadro de Versalles?-preguntó Caroline rompiendo el silencio.
-Por
supuesto que sí. Es extraño…
-¿Por
qué?
-¿No
ha visto ese terrible par de ojos que está entre las ramas de los árboles?
-No,
no lo he visto. Para serle sincera, creo que nadie más ve esos ojos sino solo
usted.
-¿A
qué se refiere?
Caroline
suspiró. Sintió por él algo de lástima pero al mismo tiempo entusiasmo.
-Conozco
a una pitonisa. Su nombre es Lauren. Si lo desea, mañana en la tarde vengo por
usted para que vayamos a visitarla. Quizá ella le pueda ayudar a encontrar
algunas de las respuestas que necesita.
-¿Respuestas?
¿Qué respuestas necesito?
-Quizá
necesita responder esta pregunta: ¿Por qué está usted aquí rodeado de vampiros?
-Me
encantaría ver a la pitonisa.
ef
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