Capítulo 3
La Bola de Cristal
L
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os rayos del sol
iluminaron su rostro. Abrió los ojos y al incorporarse un penetrante ardor lo
detuvo abruptamente. Su herida se había abierto. Se sentó lentamente y notó que
su cama, justo donde había estado su espalda; estaba llena de sangre. Los
vendajes no habían servido de nada.
Debo limpiarme o los vampiros me matarán.
Salió de su habitación
y buscó la manera de limpiarse. Dentro del castillo no había nada que pudiera
ayudarlo así que afuera, en el jardín de la parte de atrás del domicilio;
caminó un poco y encontró un pozo. Llenó el balde de madera con agua y se la
echó poco a poco en la espalda. El agua congelada le erizó todo el cuerpo y le
heló la sangre pero el dolor aminoró limitadamente. El agua mezclada con sangre
que caía de su espalda fue absorbida poco a poco por el verde césped. Se quitó
la venda y volvió a vaciar un balde de agua sobre su espalda. El frío hizo que
el ardor desapareciera así que dejó el balde dentro del pozo y volvió de prisa
al castillo. Cuando ya casi llegaba al portón, vio que la cortina de su
habitación estaba cerrada. Alguien había entrado.
Subió rápidamente las
escaleras y abrió la puerta. Allí estaba Isabella arrodillada a un lado de la
cama olfateando intensamente la sábana blanca manchada de sangre. En el momento
en que Erik entró, Isabella percibió no solo el olor de la sangre de él sino
también el de su carne expuesta.
Moriré. Moriré en este mismo instante.
-Señor Jügerhof.-dijo ella con un
suspiro.-Ciertamente su sangre es la que más he deseado desde que supe que
llegó a este lugar. Damen tiene razón: la sangre extranjera es más deliciosa
que la local a la que estamos acostumbrados. Pero no es solo por ser alemana,
sino por estar en su cuerpo.
Se levantó de su lugar y se acercó a Erik. Le
rapó de sus manos los vendajes llenos de sangre y los olió muy profundamente
como una joven se embelesa con el perfume de su amado. Él estaba nervioso pero
no tenía miedo. Algo le hizo sentir que no lo atacaría. Solamente estaba
intrigado por la forma como ella y todos los vampiros en general se
hipnotizaban con el olor y el sabor de un líquido tan sombrío como la sangre.
-Cuanto me gustaría probarla, sentirla correr
por mi cuerpo.
-Usted dijo que eso no pasaría.-dijo Erik
tratando de mostrarse muy tranquilo.
-Lo sé. A usted le gusta destruir las
esperanzas, ¿verdad?
-Esa no era mi intención, señorita. Pero no
es bueno que se contradiga.
-¿Y qué si lo mato en este mismo
instante?-preguntó ella lanzando con fuerza los vendajes a la cama y
acercándose lentamente- ¿Qué puede hacer usted? Los humanos no pueden escapar
tan fácilmente de la muerte. ¿Qué va hacer si decido atacarlo?
Ella estaba ya tan cerca que lo mordería en
cualquier momento. El miedo se apropió de Erik esta vez y su respiración de
agitó. Isabella sonrió.
-No solo es delicioso el olor de su sangre,
sino el de su miedo también lo es. Puedo sentir toda la adrenalina corriendo
por su cuerpo y yo también la siento en el mío.-habló ella a su oído, lista para
morder.-Despídase, Erik.
Isabella abrió su boca y sus afilados
colmillos ardían de furia para morder. Su final parecía haber llegado, pero en
ese momento; Caroline entró.
-¡No se atreva a hacerlo!-gritó ella al ver
lo que sucedía.
Isabella se alejó de inmediato de Erik.
-¿No sabía usted que Erik debe permanecer
vivo? ¿Damen no se lo ha informado?-prosiguió Caroline.
Isabella no respondió nada pero en su mirada
se podía apreciar el odio que tenía por Caroline y aún más ahora que había
interrumpido su tan preciado banquete.
-Será mejor que salga ahora mismo de aquí
antes de que el sol la queme.-amenazó Caroline.
Isabella hizo caso en seguida sin borrar su
mirada malévola y salió de la habitación dando un portazo.
Caroline abrió la cortina y apagó las velas.
-¿Se encuentra bien, señor Jügerhof?
-Sí, estoy bien. Gracias.-respondió él
respirando profundo tratando de apaciguar su corazón.
-¿Qué le pasó a su herida?
-Se abrió. Damen trató de vendarla pero no
funcionó.
-Será mejor traer un doctor. Le diré a un
criado que lo cite.
-Pensé que iba a venir en la tarde.
-Yo también. Pero debido a que anoche todo
terminó tan tarde Damen dijo que me quedara a dormir aquí. Versalles es
peligroso en las noches.
-Sí, tiene toda la razón.
Caroline salió de la habitación para avisarle
a un criado que llamara al doctor y Erik se puso una delgada camisa blanca para
cubrir la herida. Abrió la ventana y contempló la ciudad. Por las calles ya
había carruajes circulando y la zona comercial se estaba llenando de gente. Se
preguntó si los habitantes conocían acerca de la existencia de los vampiros, si
al menos conocían alguna leyenda o una mínima sospecha de su existencia.
Pobres todas aquellas personas. No saben que los vampiros
los acechan todas las noches y que están más cerca de la muerte que lo que
ellos creen.
-Y por favor cambie esas sábanas.-dijo
Caroline al entrar con el criado.-En poco tiempo estará aquí el
doctor.-prosiguió ella hablando esta vez con Erik.
Él asintió.
-¿Qué sucede?-preguntó ella haciéndose a su
lado.
-Todo esto va a enloquecerme. No aguanto más.
Nunca más voy a hacer caso a una carta.
-Y jamás sucederá de nuevo.
Erik suspiró.
-También estoy cansado de que me hablen en
códigos secretos. Todos me ocultan algo.
-Erik, tiene que ser paciente. Si de algo
sirve, creo que esta noche Damen le dirá para qué lo necesita.
-Por fin, al menos sabré a qué vine.
En ese momento alguien golpeó la puerta. Erik
abrió y se encontró con anciano un poco calvo, con grandes gafas y con un
maletín de cuero café.
-¿Es usted Erik Jügerhof?-preguntó él.
-Sí, soy yo.
El hombre estiró su mano derecha.
-Un placer. Soy el doctor Deux. ¿Qué le ha
pasado?-dijo estrechando la mano de Erik y entrando a la habitación.
-Anoche mi espalda se hirió pero hoy me di
cuenta de que se abrió más.
-Déjeme ver.
Erik se quitó la camisa y dejó ver aquel
rasguño que ya tenía su carne a la intemperie. Indudablemente era una lesión
horrible y cruda.
El doctor la examinó por unos instantes y luego
sacó de su maletín una pequeña botella café que contenía un líquido espeso del
mismo color. Cogió un pedazo de algodón y lo untó con ese líquido que no olía
muy bien. Posteriormente recorrió la herida con el algodón. El ardor fue fuerte
pero si Erik se movía un poco, sería mayor. Después de haber empapado la
herida, la cubrió con gaza y la pegó.
-Eso es todo. El líquido que le he puesto le
ayudará a que la herida cierre sin dejar que su músculo se infecte. No haga
ningún movimiento brusco, ni mucha fuerza y manténgase en constante reposo.
Volveré en unos días para inspeccionar la herida pero si se presenta ardor o
sangrado, avíseme en seguida.-el doctor parecía apresurado.
-Sí, señor. Muchas gracias, doctor
Deux.-respondió Erik mientras se ponía la camisa dándose cuenta de que el
doctor también lo inspeccionaba. Y guardó silencio por un momento, miró
fijamente los ojos de Erik y luego asintió.
-¿Quién me va a pagar?-preguntó
arrogantemente el doctor.
-Damen lo hará. Él está en la sala principal.-respondió
Caroline tratando de ser amable.
-Está bien. Tengan buen día.-y el doctor se
fue.
Erik tuvo la extraña sensación de que él
tenía algo que ver.
-¿Y
qué piensa hacer hoy, señor Jügerhof?-preguntó Caroline regresándolo a la
realidad.
-No
lo sé. Debo esperar a que se haga de noche para hablar con Damen.
-¿No
tiene hambre? Vamos a desayunar, yo invito.-dijo Caroline con una sonrisa.
-Estaría
encantado.
Fuera
del castillo, tomaron un carruaje y se dirigieron a la cafetería más cercana.
En el camino no hablaron mucho. Erik estaba ocupado conociendo la ciudad a
través de la pequeña ventana del carruaje. Y le pareció un lugar hermoso: las
calles, edificios, casas, la elegancia y gentileza de las personas. Todo
parecía muy bien ordenado y tranquilo. Pronto llegaron a la cafetería. Dejaron
el carruaje donde estaban todos los demás, entraron y se sentaron en una mesa.
El
lugar era muy elegante. Había grandes ventanales que dejaban que la luz del sol
entrara libremente, las mesas eran redondas y estaban hechas de madera oscura
al igual que las sillas, el mostrador de vidrio estaba lleno de las delicias francesas,
el piso estaba hecho de baldosa grisácea y el alto techo tenía el mismo color
de las paredes, un amarillo claro. La cafetería estaba llena de personas
sentadas en las mesas hablando y riendo y había una larga fila en frente del
mostrador.
Unos
segundos después de haberse sentando, un mesero les preguntó qué les apetecía.
Ambos pidieron un petit déjeuner.
-¿Hace
cuánto trabaja con Damen?-preguntó Erik y tomó un sorbo de café.
-Hace
unos cinco o seis meses. Antes trabajaba con la pitonisa.
-¿No
es un trabajo arriesgado? Si la iglesia se hubiera enterado, ambas hubieran
muerto.
-Tiene
razón, pero cuando la visite se va dar cuenta de que su puesto de trabajo no
levanta ninguna sospecha así como el aspecto de ella.
-¿Por
qué dejó de trabajar con ella?
Caroline
suspiró. Gracias a aquella pregunta, regresó a su mente un día tormentoso y
gris.
-Solamente
creí que el trabajo con Damen iba a ser mucho mejor y la paga aumentaría más; y
sí fue así. Pero debo decir que es mucho más arriesgado trabajar con centenares
de vampiros que con una hechicera.
Erik
sonrió.
-¿Y
qué es lo que tiene qué hacer?
-Bueno,
tengo que asegurarme de que cada clan se mantenga no solo en estatus y en honor
sino también en alimentación. Sonará increíble pero ha habido momentos en que
el alimento escasea.
-¿Y
qué se hace en ese caso?
-Se
envía a un humano para que lleve personas al castillo. Otras de mis funciones
es que los representantes cumplan con su trabajo, ha habido unos que dejan que
sus vampiros hagan lo que quieran.
-Pensé
que ser un vampiro era solo asesinar humanos y salir de noche aguantándose una
eternidad haciendo lo mismo.
Caroline
rió por lo bajo.
-Por
supuesto que no es así. Así como en todas las sociedades del mundo hay un orden
y unas reglas, en el vampirismo también las hay. Es necesario mantener ciertas
pautas para garantizar el orden porque si todo se hace en desorden los humanos
empezarían a sospechar. Es igual a la hora de cazar. Un vampiro jamás se
alimentará en medio de la calle por más desolada que esté.
-Entonces
parece que ser un vampiro es como cumplir una misión clandestina.
Ella
sonrió.
Ya
habían terminado de desayunar y Erik se levantó a hacer la fila para pagar.
-Le
dije que yo invitaba.-protestó Caroline sonriendo.
-No,
yo lo pagaré. Con el desayuno es más que suficiente.-respondió él con el mismo
gesto.
Salieron
de la cafetería y decidieron que no regresarían de inmediato al castillo.
Caminaron por las calles sin prisa mientras hablaban del trabajo de Caroline y
un poco sobre la vida de Erik. Pronto, llegaron a la gran plazoleta conformada
por una gran iglesia en cuyo centro había una gran fuente que botaba agua con
fuerza. Continuaron hablando acerca de sus vidas, o al menos de los detalles
más importantes de éstas. Y a Erik le gustaba cada vez más la forma de ser y de
hablar de Caroline. Ella era tan sofisticada y delicada, pero al mismo tiempo
inteligente, autoritaria y trabajadora. No era de ese tipo de mujeres que de
dejaban convencer al escuchar bonitas palabras, sus principios estaban muy bien
marcados y nadie podía hacerla dudar de sus pensamientos y su optimista pero
realista forma de ver la vida. Así mismo, a Caroline también le agradaba Erik.
Mientras hablaban, se dio cuenta de que a pesar de la dura vida que él tuvo, no
había nada ni nadie que pudiera destrozar sus esperanzas. Le gustaba mucho que
Erik fuera tan artístico al saber de música y poesía y el manejo de idiomas
pero también le llamaba mucho la atención ese encanto tan masculino y
arrollador que había en su mirada y en su elegante forma de hablar en tan
magnífico francés. Hundiéndose en aquellas cualidades, hablaron por horas.
-Creo
que ya es hora de irnos. La casa de la pitonisa está un poco retirada de
aquí.-dijo Caroline.
Ambos
se dirigieron de nuevo a la cafetería donde habían estacionado el carruaje,
subieron a este y se dirigieron a casa de la hechicera.
-La
pitonisa estará complacida de ayudarlo. Es una buena mujer.- dijo Caroline.
-Supongo
que trabajar con una pitonisa debió haber sido extraño.- replicó Erik.
-Al
principio lo es, pero con el tiempo uno se acostumbra.
-¿Cuánto
tiempo trabajó con ella?
-Casi
diez años, pero aunque dejé de trabajar con ella todavía seguimos hablando.
Desde el principio pudimos entablar una fuerte amistad.
-¿Y
por qué decidió hacerlo?
-Porque
en el momento nadie me quiso recibir en ningún otro lugar. Ella fue la única
que me aceptó y a pesar de ser un trabajo poco inusual, pude sobrevivir.
-¿Y
sus padres?
-Al
igual que los suyos, están muertos. Quedé huérfana a los 14 años y viví por un
tiempo con mi tía. Pero después ella murió y quedé completamente sola a los
veinte.
-Quiere
decir que el resto de su familia no la ayudó.
-Exactamente.
-Hay
unos capítulos de su vida y la mía que son similares.
-Tal
vez sea por eso que nos entendemos.-dijo Caroline con una brillante sonrisa la
cual Erik devolvió.
-El
caso fue que con la pitonisa aprendí muchas cosas. No solo cómo cuidarme a mí
misma sino al entorno en el que vivo. Conozco bien el reino y la naturaleza de
sus habitantes.
-¿Cómo
se lo enseñó?
-La
pitonisa tiene una bola de cristal. Aquella bola es como un ojo que vigila las
vidas de todos y de la cuidad en general. La pitonisa puede consultar a la bola
lo que quiera en cualquier momento sin importar donde se encuentre o de qué
persona se trata. Fue así como ella me mostró la ciudad sin necesidad de pasar
horas o días recorriéndola.
-¿Y
es así como me va ayudar?
-Sí.
No hay otra forma de hacerlo. Espero que eso no vaya a influir en su religión o
en su vida espiritual.
-En
lo absoluto. Mis padres jamás me inculcaron una religión y no sé nada sobre mi
espíritu o mi alma.
-Es
importante que sepa sobre eso. La pitonisa lo ayudará.
Unos
minutos más tarde, llegaron a la casa. Estaba ubicada en un elegante barrio y
la casa era como todas las demás. Hecha de ladrillos irregulares de color café
oscuro, puerta de madera de casi el mismo color de las paredes, ventanas
rectangulares cubiertas por cortinas blancas y techo triangular de color café,
casi negro. Caroline tocó la puerta con el aldabón. Después de unos segundos,
la pitonisa abrió. Al hacerlo, el marco golpeó con suavidad unos palos de
cristal que pendían del techo provocando una serie de sonidos agudos y
armónicos.
El
aspecto de la mujer era fino y delicado. Su piel era blanca y su fisonomía era
sutil. Llevaba puesto un bonito vestido negro y su cabello era un tono entre
rojizo y anaranjado que le llegaba hasta la cintura.
-¡Caroline,
qué gusto verte!-dijo ella con una sonrisa y la abrazó con fuerza. Su voz era
melódica y suave.
-Me
alegra volver a verte. Te presento a Erik Jügerhof. Vino desde Alemania hace
dos días. Erik, ella es Lauren.
-Es
un placer conocerla.-dijo Erik haciendo una pequeña venia.
-El
placer es mío, señor Jügerhof.-respondió Lauren devolviendo el saludo sin dejar
de sonreír.-Entren.
El
interior de la casa olía a incienso. La sala y toda la casa en general estaban
decoradas exageradamente de pequeñas estatuas de ángeles sobre las mesas,
objetos extraños que pendían del techo, imágenes de raros dioses y en la mesa
de centro de la sala estaba la famosa bola de cristal. Los sillones alrededor
eran de color rojo vino, el piso era de madera brillante color café al igual
que el techo y un lado de la sala estaba la chimenea que sobre su repisa
descansaban velas en sus candelabros y una pequeña estatua de yeso de un ángel
tocando el violín.
Cada
uno se sentó en un sillón de modo que quedaran uno a cada lado de la mesa, alrededor
de la bola de cristal.
-Cuénteme
qué es lo que sucede, señor Jügerhof.-dijo la pitonisa.
-Últimamente
se me ha estado apareciendo una sombra con un par de ojos azules que me
persiguen a cualquier lugar que voy. La primera vez que vi esos ojos fue en un
cuadro de Versalles que se encuentra en el castillo donde me estoy hospedando.
Ayer algo o alguien me rasguñó la espalda, un hombre que también ha llegado de
otro país me dice que voy a tener un cambio en mi vida… Todas esas cosas me van
a enloquecer y aun peor si suceden en tan poco tiempo.
-Vive
con vampiros, ¿verdad?
-Así
es.
-Bien,
entonces primero vamos a averiguar quién es el pintor del cuadro porque parece
que quiso darle un mensaje al pintar el par de ojos que mencionó.
-Está
bien.-Erik jamás había visto el cuadro de esa forma. Supo que Lauren era una
mujer astuta.
Cerró
los ojos, extendió las manos sobre la bola de cristal y exclamó en voz alta:
“Espejo de las almas
Espía con alas
Muéstrame la verdad escondida
En el cuadro de la mirada
perdida”
Poco
a poco la bola de cristal se llenó con un fino humo blanco que paulatinamente
se fue tornando más denso hasta que se convirtió en algo así como un espeso
líquido gris que se revolvía intensamente hasta que las imágenes aparecieron.
La historia del cuadro se hizo presente.
Era
alrededor del año 1625. Un hombre que se encontraba en un castillo estaba
postrado en una rodilla frente a otro hombre cuyo semblante emanaba autoridad y
miedo. Era Damen en su castillo.
-Quiero
que pinte para mí el cuadro más espléndido de Versalles que transmita el
mensaje de la verdad a mis descendientes.-dijo Damen.
El
hombre que había recibido la orden hizo una pequeña reverencia con su cabeza,
se levantó y esa misma noche empezó la obra. En un enorme lienzo comenzó por
plasmar el color naranja del atardecer. Posteriormente las montañas, los
árboles y todo lo que contenía el cuadro. Al pintor le habrá tomado
aproximadamente una o dos semanas en pintarlo pero la bola lo mostró en unos
cinco minutos. Finalmente, entre las ramas de los árboles, pinceló el pequeño
par de ojos azules que tanto atormentaban a Erik. Hasta ahora la bola no había
dejado ver el rostro del pintor pero una vez que había terminado la obra, la
bola cambió la vista y mostró su cara: el pintor era John van Luthenberg.
Al
día siguiente, llevó en su carruaje la gran pintura.
-Es
magnífica, señor Luthenberg. Es todo lo que estaba buscando.
En
ese mismo instante Damen mandó a colgarlo en el lugar donde se encontraba
actualmente. Parecía que todo estaba planeado aproximadamente desde hace cien
años.
Posteriormente
la imagen se disipo de la misma manera como apareció. Y mostró ahora el día en que
Erik fue rasguñado. En realidad había sido una sombra, no la que siempre le
hacía daño sino otra que parecía más bien un trozo de tela negra rodeada de una
bruma negra. Un pedazo de esta bruma tomó la forma de una mano con largas
garras y fue con una de ellas que rasguñó tan rápida y fuertemente la espalda
de Erik y después, entró en su cuerpo.
La
imagen volvió a desaparecer y luego, la bola se apagó.
Erik
suspiró. El hecho de saber que John había pintado el cuadro le había paralizado
el corazón. Además, ¿cómo pudo él permanecer vivo durante tantísimo tiempo?
Desde el principio sabía que había algo extraño en él.
-Erik,
parece que algo va a pasar con su vida. Va haber un gran cambio y esta noche
comienza el camino de… “transformación”. No solo va a cambiar su aspecto físico
sino también el aspecto de su alma y le puedo asegurar que aquel cambio lo
conducirá a la felicidad.-explicó Lauren sintiendo el desconcierto de Erik.
-Eso
es precisamente lo que quiero saber. ¿Qué cambio va a haber en mi vida? ¿Y qué
hay de mi alma?
-Aquella
respuesta no se la puedo dar yo, ni la bola de cristal, ni la bruja más
poderosa de Francia. Usted mismo tiene que averiguar de qué cambio se trata y
poco a poco se dará cuenta de su alma.
-Está
bien. Pero, ¿podría saber algo más de John y de esas sombras?
-Lo
intentaré.
Lauren
volvió a cerrar los ojos con fuerza, extendió las manos sobre la bola de
cristal y exclamó en voz alta:
“Espejo de las almas
Espía con alas
Enséñame la vida de aquel pintor
Cuya existencia del tiempo escapó”
Como
lo hizo anteriormente, la bola empezó a llenarse de un tenue humo hasta
convertirse en esa especie de denso líquido. Tardó unos segundos revolviéndose,
pero luego se apagó. Lauren volvió a repetir las mismas palabras, pero ya no
pudo mostrar nada más acerca de su vida.
-¿John
es vampiro verdad?-preguntó Lauren.
-Sí,
lo es. ¿Qué tiene eso que ver?-dijo Erik.
-Indagar
en la vida de un vampiro no están fácil como indagar en la de un humano
cualquiera. Y con respecto a las sombras… son seres extraños. Tampoco se puede
entrar en sus orígenes o saber quién es el que las envía.
-¿Es
decir que no me puede mostrar nada?
-Me
temo que no. Lo siento mucho, pero no hay otra forma de averiguar la vida de
John, a menos que usted mismo se lo pregunte.
No, imposible.
Tendré que obedecer las palabras de Isabella y de Lauren, debo esperar.
-Muchas
gracias por tu ayuda, Lauren.-dijo Caroline levantándose del sillón.
-Espero
que les haya servido de algo.-dijo Lauren también levantándose.
-Por
supuesto que sí.-replicó Erik.
-Regresen
cuando quieran, y no olvide lo que le dije.
-Lo
tendré siempre en cuenta.
Se
despidieron, se subieron al carruaje y se dirigieron al castillo.
-¿Qué
piensa de todo esto?-preguntó Caroline.
-Es
de gran ayuda saber que John pintó el cuadro. Pero me pregunto por qué lo habrá
hecho, me pregunto si él tiene algo más que ver en todo esto. Evidentemente su
vida ha atravesado bastantes cambios. ¿Cómo puede lidiar con eso?
-No
conozco muy bien a John porque es un vampiro joven, pero creo que ya debe estar
acostumbrado. Algo le debió haber pasado para poder vivir tanto tiempo.
-Y
creo que eso influye en el que tenga que ayudarme. Quizá única y exclusivamente
él sea el único que tenga ese deber.
El
mar de pensamientos que habitaba en la cabeza de Erik estaba caudaloso de
nuevo. Iban y venían más preguntas que se estrellaban con la única piedra que
representaba la respuesta que ya tenía. Solo deseaba saber todo de inmediato pero,
como dijo Lauren; esa noche su camino hacia el gran cambio de su vida iba a comenzar
y parece que no va ser corto y fácil. Todo lo contrario.
-Ya
casi va anochecer. Estoy ansioso por saber cuál es el trabajo de Damen tiene
para mí.-dijo Erik después de permanecer un largo tiempo en silencio.
-Ya
lo creo. Bueno, me bajaré aquí. Debo ir a casa.-dijo Caroline.
-Está
bien. Gracias por su ayuda, señorita Boucher.-dijo Erik.
El
carruaje se detuvo en una solitaria calle.
-Buena
suerte.-dijo ella y se bajó.
Antes
de que Caroline se fuera, Erik tuvo que decir algo.
-¡Señorita
Boucher!-la llamó sacando la cabeza por la ventanilla del carruaje. Ella se
volvió.-De verdad, gracias por preocuparse por mí y querer ayudarme.
-Oh,
no es nada.-dijo ella con una tímida sonrisa-Y por favor, dígame solo Caroline.
-¿La
volveré a ver…Caroline?
-Por
supuesto que sí. Buenas noches.
-Buenas
noches.-se despidió Erik sonriendo.
El
coche continuó su recorrido y caída la noche, llegó al castillo. Erik caminó
apresuradamente por el camino que serpenteaba por el jardín. Estaba emocionado
pero al mismo tiempo tenía miedo. Damen era un vampiro y no era fácil esperar
algo de ellos y mucho menos de él. El misterio lo quemaba por dentro.
El
portón se abrió solo y sentado en un sofá estaba Damen tomando una copa esta
vez no de vino, sino de sangre; quien lo esperaba tranquilamente para
encomendarle un importante trabajo.
Entre
tanto, John se encontraba en la biblioteca leyendo el mismo libro que Erik ya
había leído. De un momento a otro tuvo la sensación de que algo o alguien
habían escudriñado un capítulo de su vida, o como si alguien se hubiera
enterado de uno de sus más profundos secretos. Pero no, le pareció absurdo. A
pesar de que no pudo quitar ese sentimiento de su conciencia, continuó con su
lectura.
ef
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