Capítulo 1
Castillo de Recuerdos
Erik Jügerhof llegó a Versalles en la
tormentosa y fría tarde del 10 de Enero de 1715. Varios meses antes había
recibido una carta anónima donde le ofrecían un trabajo bien remunerado luego
de que él hubiera renunciado a ser parte del ejército del rey de su país. Así
que en ese mismo instante alistó todas sus pertenencias y emprendió el viaje.
No se despidió de nadie porque vivía solo. Gran parte de su vida la había
vivido en soledad por lo que ya estaba acostumbrado a que aquel sentimiento envolviera
siempre su existencia. A pesar de que el viaje fue largo y difícil, dentro de
su corazón no se desvaneció la esperanza de comenzar una nueva vida en un país
y una ciudad tan diferentes al suyo. El viaje duró cinco meses.
Recorrió con la
mirada el espléndido castillo a donde había llegado. Estaba hecho de piedra
oscura, con numerosas y altas torres cuyos techos eran triangulares y
puntiagudos, tenía gran cantidad de ventanales en la fachada y en las torres.
Para llegar a las altas puertas de metal negro había que subir unas escaleras
del mismo material y color del castillo. Aquellas puertas estaban custodiadas a
cada lado por un par de gárgolas que tenían sus fauces abiertas dejando ver
unos gigantes colmillos. El recinto estaba rodeado de un inmenso jardín lleno
de todo tipo de árboles y de rosales.
Se bajó del
carruaje, atravesó el jardín y subió quedamente las escaleras. Al estar cerca
de los portones se percató de que éstos estaban decorados con finos espirales
desde el principio hasta el final al igual que los bordes de las ventanas. No
tuvo necesidad de golpear la puerta puesto que ésta se abrió sola
despaciosamente creando un fuerte estruendo cuyo eco retumbó en el interior del
castillo. El hombre que había conducido el carruaje tuvo miedo, así que entró
rápidamente y dejó el baúl de Erik al lado de un sofá, salió de allí y se fue
en el coche a toda prisa. Siguió caminando lentamente observando cada detalle
de la sala principal donde se encontraba gracias a la nublada luz que entraba a
través de los grandes ventanales. El piso estaba hecho de baldosas de mármol
negras y blancas, similar a un tablero de ajedrez. En cada esquina de la sala
habían pequeñas mesas redondas cubiertas con manteles color rojo vino y encima
de ellas había floreros llenos de rosas o botellas de vino. También había dos
grandes sofás color gris claro, uno en frente del otro dejando un gran espacio
entre ellos. Los sillones eran del mismo color y estaban ubicados de tal manera
que se formaba una pequeña sala de estar. En el centro había una gran alfombra
roja finamente decorada con tonos dorados y encima, una mesa de centro de
madera oscura. Sobre ella descansaba una pequeña pila de libros, una copa de
vino y un papel doblado en cuatro partes. Se sentó en el sofá que estaba frente
a la mesa y tomó el papel, pero antes de desdoblarlo involuntariamente sus ojos
le mostraron algo. Frente a él, en la pared, había un cuadro de considerables
dimensiones de Versalles.
Se acercó para
verlo mejor. El cuadro era tan perfecto y amplio que le pareció imposible el
sentimiento de haber conocido toda una ciudad por medio de una pintura. La obra
mostraba un hermoso atardecer naranja cuya luz perfilaba muy bien todas las
casas, los árboles, las calles, las iglesias, altos edificios, las diminutas
personas, las montañas borrosas del fondo y las nubes como de algodón. Detallo
todo con tal exactitud que incluso pudo ver cada pincelada del artista. Se
perdió entre las ramas de los árboles negros y secos que estaban pintados en
primer plano cuando vio entre éstas un par de profundos ojos azules como
diamantes, sin una cara que los portara. Erik se hipnotizó mirando aquel par de
ojos: sintió como si lo estuvieran examinando y una bruma de miedo lo envolvió
pero no podía quitar la mirada. Sus ojos cafés miraban detalladamente los ojos
azules del cuadro que inspeccionaban su pasado, su vida y hasta su propia alma.
De repente sintió como si estuviera cayendo en un profundo abismo hasta que
finalmente desvió su mirada de la pintura y se sentó de nuevo en el sofá. Un
momentáneo mareo lo sorprendió y cerró los ojos con fuerza pero ahora en su mente
se quedaron grabados esos ojos azules que le helaron la sangre; así que los
volvió abrir.
Cogió el papel y
lo desdobló. La pequeña nota que estaba allí escrita estaba conformada por
finas y delicadas letras góticas. Erik leyó:
Señor Jügerhof:
Bienvenido a
Francia. Gracias por atender a mi mensaje y espero que su viaje haya
transcurrido con tranquilidad. Estaré llegando en la noche junto con su
compañero. Siéntase libre de conocer el castillo y probar el vino que he
preparado para usted.
Cordialmente,
Damen Bayeux.
Erik dejó el
papel donde estaba y notó que al lado de la pila de libros había una fina copa
de cristal llena de vino, la cual no estaba allí hace pocos segundos.
Extrañado, sostuvo la copa en sus manos, batió un poco el vino y lo probó. Sintió
un sabor a uva junto con el de los años que habían envejecido excelentemente
aquel líquido. Entonces, para complacer su curiosidad, se levantó y siguió
caminando por la sala mientras terminaba el vino, tocando con las yemas de sus
dedos los delicados manteles de terciopelo y algunos pétalos de las rosas. Se
acercó a la licorera que había más al fondo y leyó las etiquetas de las botellas
que habían allí guardadas. Las más finas y costosas, champañas, whiskeys y más
vinos; todos de diferentes ciudades y países.
Salió de esa sala
y entró a otra más pequeña donde también había más sofás y una estantería llena
de libros. Atravesó el lugar y llegó a otras dos salas que en lugar de detallar
siguió caminando despacio solo para apreciarlas. Posteriormente se encontró con
unas largas escaleras de caracol cubiertas con una alfombra de terciopelo rojo.
Mientras la subía, miró los pequeños cuadros que habían colgados en la pared.
Todos mostraban paisajes nocturnos, días lluviosos y hasta la muerte misma
expresada de una forma más metafórica que directa. Las escaleras daban a un ancho pasillo cuyo
piso seguía teniendo la alfombra roja pero las paredes estaban tapizadas con
terciopelo morado oscuro. A un lado del pasillo había una puerta de madera
clara finamente decorada con los espirales al igual que todas las puertas de
las demás salas. Al entrar, se halló en una amplia biblioteca llena de
estanterías con centenares de libros de todos los tamaños, grosores y colores.
En el fondo había un escritorio donde reposaban una pila de hojas blancas
desorganizadas, un frasco de vidrio lleno de tinta negra y una pluma también
negra. La silla era del mismo color y material que la mesa sino que su espaldar
estaba revestido de terciopelo rojo. Continuó
acercándose lentamente hacia los estantes leyendo los lomos de los libros dándose
cuenta de que casi todos los textos allí presentes contenían temas góticos y
oscuros.
Finalmente le
llamó la atención un libro color negro de poesías. Se sentó en la silla frente
al escritorio y empezó a leer tan antiguo texto. Mientras leía cada uno de
aquellos oscuros versos, se acordó por un instante de su juventud donde pasaba
horas y tardes enteras, encerrado en su habitación escribiendo los versos más
hermosos. Se entretuvo leyendo esas poesías que lo transportaron a años que
pensó jamás iba volver a recordar y antes de que se diera cuenta, la noche ya
había caído.
Salió de la
biblioteca y bajó las escaleras. Seguramente habría muchas más de éstas y
muchos más salones, pero ya no tenía tiempo para recorrerlas todas. Antes de
que llegara a la sala principal se encendieron por sí mismas todas las velas de
los candelabros y la puerta se abrió. Erik dio unos pasos lentamente hasta que
el hombre entró, efectivamente, acompañado de otro y una mujer.
-Señor Jügerhof.
Es un honor conocerlo. Soy Damen Bayeux.-dijo él con una discreta sonrisa
acercándose a Erik y estrechando su mano.
-El honor es mío,
señor Bayeux.-respondió Erik.
En el momento en
que tuvo contacto con la fría piel de Damen, sintió que aquellas eran personas
diferentes. No solo por su inigualable belleza, juventud y la impresionante
profundidad de sus ojos negros líquidos; sino por la energía y el aura que
desprendían de su ser, las cuales Erik pudo percibir fácilmente.
-Él va a ser su
compañero. Su nombre es John van Luthenberg y ha venido desde Italia.-dijo
Damen.
John desde su
lugar, no dijo nada sino que simplemente hizo una pequeña venia en el momento
en que Damen lo introdujo y Erik devolvió el gesto. A diferencia de Damen, John
no desprendía esa energía tan escalofriante. Esperó a que le presentara la
mujer, pero ella ya había desaparecido.
-Supongo que
ambos están cansados por el extenso viaje. Vengan conmigo, les mostraré sus
respectivas habitaciones.
Damen no alcanzó
a dar un paso, cuando Erik habló.
-Pero señor, me
gustaría primero saber para qué me necesita y cómo hizo para contactarme.
-No se preocupe
por eso, Jügerhof. Mañana hablaremos de eso.-respondió Damen pasando a su lado.
De nuevo Erik pudo sentir la extraña energía, incluso pudo apreciar algo de
benevolencia y poder. Supo que era un hombre fuera de lo común.
John no dijo nada
ni hizo gesto alguno, solo siguió a Damen con sus brazos detrás de su espalda y
Erik tuvo que hacer lo mismo. Subieron unas escaleras negras rectas y en la pared
de estas había colgado un pequeño y elegante espejo. Cuando Damen pasó en
frente de éste, no se reflejó mientras que John y él; naturalmente, sí se
reflejaron. No supo qué pensar al respecto y de un momento a otro se puso
nervioso. Cada paso que daba era tembloroso y sus manos empezaron a sudar pero
miraba a Damen como si lo quisiera inspeccionar. Sin embargo, se convenció de
que Damen pudo sentir su miedo al ver la sonrisa satisfecha en su rostro. Pero,
¿Cómo ese tal John no sentía nada ni se daba cuenta de nada? Juzgó, para sus
adentros, que John era un hombre indiferente e insensible.
-El señor Jügerhof
se va a quedar en esta habitación y el señor Luthenberg en la siguiente.- dijo
Damen señalando las dos puertas del pasillo que habían llegado, similar al que Erik
estuvo antes. – Espero que pasen una buena noche.-dijo finalmente y se fue.
Erik esperó por
unos segundos a que John dijera algo, pero él entró de inmediato a su habitación
y cerró la puerta con seguro. Ahí pudo concluir lo que había pensado sobre él y
también entró a su habitación.
Era un lugar amplio.
Las paredes eran rojas oscuras, la cama era grande hecha de metal negro y a
cada lado había una pequeña mesa de madera con un candelabro de una sola vela
en cada una de ellas. Había una gran ventana que le daba una muy buena vista de
la ciudad y una pequeña mesa en frente de la cama cubierta con un mantel
blanco.
Erik hizo como si
estuviera en su propia casa. Se acercó a la ventana y la abrió. Dejó que el
frío aire nocturno de Versalles bañara su rostro así como dejaba que lo hiciera
el aire de Berlín. Contempló el maravilloso panorama que aquella altura le
ofrecía y recordó el cuadro de la ciudad que estaba en la sala. Todo era tan
parecido, tan perfecto. La única diferencia era que no estaban los ojos azules
que, al acordarse de su penetrante mirada, se le heló la sangre en las venas.
¿Por qué tenía ese sentimiento ante ello, si solo es un dibujo? No lo sabía,
pero tampoco quería pensar sobre eso. Prefirió alejarse de la ventana y se
acostó en la cama. Espontáneamente miró a la mesa que estaba a su izquierda y
notó que encima había un pequeño retrato. El marco estaba hecho de plata y
contenía una espléndida pintura de un hombre joven, cabello largo y rubio, ojos
azules y un semblante serio y autoritario. En la parte inferior estaban
escritas muy pequeñas las letras A.V.L, seguramente las iniciales de aquel
hombre. Sin saber por qué, al ver aquel retrato se acordó de su padre, que
estaba muerto al igual que su madre. Las facciones de la cara del desconocido
eran muy similares a las de su él así como su mirada. Erik nunca había tenido
una buena relación con su progenitor pero en ese instante recordó los pocos
momentos de felicidad que había tenido con él antes de que muriera.
Dejó el retrato
donde estaba y se dio cuenta de algo: varias de las cosas que habían dentro del
castillo, le hacían recordar algunos momentos de su juventud.
¿Coincidencia? No lo creo.
La vida de Erik,
hasta el momento, había sido algo deprimente y jamás le hubiera gustado
recordar instantes que lo indujeran a aquel sentimiento. Pero había algo en ese
castillo que lo hacía recodar aquellos grises días…
De repente, una
melodía en violín empezó a sonar desde la
habitación contigua, donde estaba John. Otra vez, más recuerdos para Erik.
Se acordó de que él también sabía tocar el violín, su difunta madre le había
enseñado. Recordó el día que, a una corta edad; tocó una compleja melodía para
el rey de Alemania y gracias a su talento; el súbdito le ayudó a debutar en
algunos teatros pero la gloria no duró mucho cuando su padre lo hizo retirar
del mundo de la música para hacer realidad los sueños de él mismo: ser
partícipe del ejército del rey y de todos los que tenga el país mientras la
vida de Erik durara. Pero eso no sucedió. Quizá fue un acto cruel, pero
aprovechó la muerte de su padre para alejarse de aquel oficio.
La melodía de
John era algo siniestra. Parecía que él también tenía oscuros sentimientos los
cuales dejaba salir a flote por medio de cada nota articulada en el violín. Era
un gran método que Erik utilizaba cuanto tocaba su música, y para John también
lo era. El sonido entraba profundamente en sus oídos recordándole algo que su
padre le recalcó siempre: “naciste solo y morirás solo”. No es que su padre lo
odiaba, sino que era estricto y para él la vida no tenía ningún sentido si se
trataba de confiar en los demás. Pero Erik jamás pensó así. Ahora estaba en
Francia, tratando de reorganizar su vida y darle un nuevo rumbo luego de tantos
días borrosos, extraños y luctuosos.
Mientras se
dejaba llevar por la música, volvió a mirar el pequeño retrato. Lo observó con
profundidad y se concentró en los ojos. De pronto, vio los ojos azules del
cuadro de Versalles en el retrato del desconocido y el miedo volvió a
encerrarlo entre sus garras. Sintió mareo y cerró los ojos, se incorporó sin
abrirlos tratando que el aire frío lo calmara y cuando logró que su cuerpo
encontrara un poco de serenidad, los volvió a abrir y lo que vio hizo que su
corazón saltara.
En el marco de la
ventana había una extraña sombra negra, una bruma que con ayuda del aire fue
tomando forma de un hombre acurrucado en dicho lugar y después, los ojos azules
se dibujaron en el rostro de la silueta. Erik quedó petrificado. No podía moverse,
su respiración estaba ahogada y su corazón latía con tal fuerza que parecía que
iba explotar en su pecho. De repente, la sombra se movió por toda la habitación
en cuestión de segundos y entró por el pecho de Erik quedando él desmayado
sobre su cama. Lo último que escuchó, fue la sombría música de John.
-Señor Jügerhof,
¿se encuentra bien?-preguntó una voz masculina.
Erik abrió sus
ojos poco a poco. No pudo identificar quien estaba a su lado puesto que su
visión estaba borrosa.
-Sí, estoy
bien.-respondió con un hilo de voz.
-Le traje un poco
de té. Espero que le ayude.
Parpadeó unas
veces con rapidez y, para su sorpresa, el que estaba con él era John.
-Gracias.-Erik
recibió la taza y tomó un poco. El líquido caliente dentro de su gélido cuerpo
hizo que la piel se le erizara.
Estaba acostado
en su cama, bajo las cobijas. Ya había amanecido y la luz brillante y cálida
del sol entraba por la ventana. John estaba sentado en una silla al lado de la
cama.
-¿Qué me
pasó?-preguntó Erik.
-Damen lo
encontró desmayado en la madrugada y me pidió que estuviera pendiente de usted.
No se preocupe, no fue nada grave. Ahora que recuerdo, mandó Damen a decir que
lo sentía mucho.
Erik tomó otro
poco de té.
-Anoche entró una
sombra en mi cuerpo. ¿Tiene eso algún significado?
-¿Una sombra? ¿No
está delirando, señor Jügerhof?
-No. Solo
recuerdo eso. Estoy seguro de que eso pasó.
Notó que en la
expresión facial de John había algo de lástima y así pudo encontrar la
respuesta. Sí hay un significado y John lo sabía.
-No, no lo sé.
Suena algo… extraño.
Antes de que Erik
pudiera responder, la cortina de la ventana se cerró con fuerza y se
encendieron las velas de los candelabros. Y en ese momento entró Damen.
-¿Cómo se siente,
señor Jügerhof?-preguntó Damen con toda naturalidad, como si supiera de qué se
trataba todo.
-Estoy un poco
aturdido. No estoy seguro de lo que pasó.
Damen se acercó
al lecho de Erik.
-Parece que su
trabajo va tener que esperar un poco. Se ve muy mal y no podrá trabajar en esas
condiciones.
-¿Usted sabe qué
me pasó?
-Por supuesto que
lo sé. Pero de eso hablaremos después, ahora descanse. Venga conmigo, señor
Luthenberg. Usted sí puede empezar.
John se levantó y
salió de la habitación con Damen. Luego, la cortina se abrió y las velas se
apagaron y la habitación volvió a la normalidad.
Llegada la tarde,
pudo encontrarse de nuevo con la calma. Salió de su habitación y se dirigió a
la biblioteca dispuesto a hundirse de nuevo en los versos que tanto le habían
gustado. Antes de abrir la puerta escuchó una voz femenina que provenía desde
adentro.
-Dulce fragancia
de sangre.
Nunca había
escuchado una frase tan rara y aterradora. Aunque dudó, entró. En la silla en
frente del escritorio estaba sentada la mujer que había estado acompañando a
Damen la noche anterior. Indudablemente era hermosa. Su cabello era largo,
negro y rizado, su tez era muy blanca, sus ojos verdes como esmeraldas y
llevaba puesto un vestido rojo. Ella lo observó con una sonrisa y sostenía una
copa de vino en una mano.
-Bienvenido,
señor Jügerhof.-dijo ella. Su voz era fascinante.-Soy Isabella, hermana de
Damen. Siento mucho no haberme presentado anoche, tenía cosas que hacer.
-Descuide,
señorita Isabella. Es un gusto conocerla.
-Supe que anoche
tuvo un pequeño incidente… parece que los planes de Damen van a tener que
esperar.
-¿Por qué lo
dice? ¿Qué planes?
-Sólo espere.
Usted haga caso a todo lo que Damen le pida. El tiempo le dirá qué va suceder.
En ese momento
tuvo otro recuerdo: su madre. Ella tenía la costumbre de mantener en secreto
las cosas venideras por más mínimas que sean, siempre hizo así con Erik y al
final él se llevaba grandes sorpresas. La relación que tenía con su madre era
buena y confiable aunque no muy estrecha.
Isabella suspiró
y dibujó una pequeña sonrisa en sus labios. Erik tuvo la sensación de que ella
había leído su pensamiento. Así que quiso confirmarlo.
¿Qué debo hacer para sacar de mi
cuerpo la sombra que anoche entró en mí?
-Ya verá, señor Jügerhof.
Tenga paciencia. De ahora en adelante van a pasar cosas tan difusas que querrá
irse a casa, pero usted ya no puede escapar. Usted no se encuentra en un lugar
tan común.-respondió ella. Efectivamente leía los pensamientos de Erik.
Isabella respiró
profundo, como si estuviera olfateando el aroma más sublime.
-¿No se ha fijado
en lo exquisitos que son los vidrios de las copas?-prosiguió ella.-Me parece
que es el instrumento más fino que hay. ¿Pero qué hay del vino? Es la bebida
más excelsa que puede haber.
Erik no supo a
qué se refería con eso, ciertamente estaba nervioso y podría decirse que tenía
miedo. Trató de no pensar nada sino responder cualquier cosa con tal de que
ella dejara de escudriñar su mente.
-Estoy de
acuerdo, señorita. No hay nada como el vino francés.
-El alemán
también es muy bueno. Y en su interior se encuentra el más exquisito vino
alemán.-Isabella dejó la copa sobre la mesa.-Señor Jügerhof, disculpe que le
diga esto pero; no me interesa el vidrio de su cuerpo, sino el vino de su
sangre.
-¿Qué?-Erik
estaba sorprendido con lo que acababa de escuchar.
Se levantó de la
silla y se acercó al rostro de Erik poniendo una mano sobre su hombro.
-Será mejor que
se cuide y esté atento de ahora en adelante. En este castillo nada es lo que
parece ser y en Versalles tampoco. Le advierto: usted va a experimentar un gran
cambio en su vida. Para eso usted ha venido. -dijo ella en voz baja. Lo miró a
los ojos por un instante y luego salió de la biblioteca.
Erik salió tras ella
pero ya había desaparecido, de nuevo.
Se dirigió a la
sala principal esperando verla en el trayecto para pedirle una explicación,
pero solo se encontró de nuevo con John. Estaba mirando a través de la ventana
el día que se había oscurecido por grandes y depresivas nubes negras colgadas
del cielo. John sintió la presencia de Erik.
-Señor Jügerhof,
parece que ya se encuentra bien.-dijo Luthenberg sin volverse, mirándolo a
través de su reflejo en la ventana.
-Sí, ya logré
calmarme un poco. Quería preguntarle algo. ¿Conoce usted a la señorita
Isabella?-habló Erik detrás de John manteniendo la distancia.
-Claro. Es la
hermana de Damen. ¿Por qué?
-Acabo de hablar
con ella y debo decir que me dejó con demasiadas dudas. ¿No ha hablado con
ella?
-Sí, anoche.
-¿Y no le
mencionó algo sobre el vidrio de las copas y los vinos?
Al escuchar
aquella pregunta, John se volvió a Erik.
-No, no lo creo.
Pero, ¿Damen no le ha dicho todavía a qué tenía que venir?
-No. ¿Usted ya lo
sabe?
-Sí. Ya comprendí
cual era mi verdadero propósito.
Erik esperó a que
se lo dijera, pero solo obtuvo silencio.
-Y bien, ¿cuál
es?
-Creo que usted
tendrá que esperar.
-¿Por qué? ¿Cuál
es la razón por la que me lo ocultan?
John suspiró.
Quizá no debería decirlo.
-Señor Jügerhof,
su trabajo va ser muy diferente al mío. El suyo es complejo y Damen tiene que
pensarlo muy bien.
-¿Y usted qué
tiene que hacer?
-Ayudarlo. Parte
de mi trabajo ya lo cumplí. Anoche lo hice. Anoche, mi vida cambió pour toujours.
-¿Pero qué
sucedió? ¿Qué le ha pasado?
-En su debido
momento lo sabrá. Le prometí a Damen que no diría nada, pero ahora lo he hecho…
Erik suspiró y
permaneció en silencio un rato. Se sentó en el sofá y desde ahí contemplo el
cuadro de Versalles y se acordó del pequeño retrato que había en su habitación.
-¿Sabe usted de
quién es el retrato que está en mi cuarto?
-Sí. Es mi
hermano. Las letras A.V.L son las iniciales de su nombre: Alexander van
Luthenberg.
-¿Qué hay de él?
-Murió hace unos…
cien años.
-¿Cien años? ¿Y
cómo es que usted está vivo?
-Mi vida es
diferente, Erik. No soy un hombre común y corriente.
Se dio cuenta de
que ahora John expulsaba la misma energía misteriosa que Damen e Isabella. Se
dio cuenta también de que su aspecto había cambiado un poco. Se veía más pálido
y sus ojos se habían aclarado. Ahora eran verdes… como los de Isabella.
-Tengo la
impresión de que no estoy viviendo con humanos.-dijo Erik.
-Eso es absurdo.
¿Por qué lo dice?-preguntó John con una sonrisa.
-Las únicas dos
personas que viven aquí…
-Está
equivocado.-lo interrumpió John.-En este castillo viven cientos de personas.
-¿Y en dónde
están?
-No lo sé. Pero
anoche lo comprobé.
-Anoche sucedieron
muchas cosas, ¿cómo es que no sé nada?
John no respondió.
-¿Quién le enseñó
a tocar el violín?-volvió a preguntar Erik acordándose de la amarga melodía que
había escuchado la noche anterior.
-Aprendí solo.
-Creo que
compartimos un talento.
Antes de que John
pudiera responder algo, escucharon un agudo grito femenino proveniente de la
sala contigua. Ambos se dirigieron allí a toda prisa.
John llegó
primero y, con lo que vio; decidió no dejar ver lo que pasaba a Erik.
-¿Qué
sucede?-preguntó él a manera de susurro.
-Aléjese de
aquí-respondió John de la misma forma.
-¡Claro que no!
usted no me da órdenes-dijo Erik y, a la fuerza; asomó solo sus ojos y quedó
inmóvil con lo que éstos le mostraron.
Damen estaba en
el centro de la sala y a sus pies, el cadáver de una jovencita con el cuello
totalmente herido. Y en la boca de Damen una amplia sonrisa de satisfacción con
dos afilados colmillos llenos de sangre al igual que sus labios.
ef
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