Capítulo
10
Escape
de la Realidad
M
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ientras estaba en la biblioteca ojeando unos libros,
la molesta sensación de que algo extraño iba a suceder ese día no dejaba de
perseguirlo. En realidad no estaba prestando atención a lo que veía sino que
recordaba lo que Lauren le había dicho la noche anterior. No podía dejar de
pensar a qué felicidad se refería y ya no podía ver con certeza lo que le
futuro le traía. Al principio había pensado en cumplir con su misión y regresar
a Alemania, pero ahora ya ni podía salir de la ciudad. La voz de Caroline lo
sobresaltó.
-Vine porque quería asegurarme de que se encontraba
bien.-dijo ella acercándose.
-Sí, lo estoy. Gracias.-respondió Erik sin despegar la
mirada del libro.
Caroline suspiró.
-Erik, no quiero que se aleje de mí. Quiero que
sigamos juntos.
-Todo este tiempo me estuvo mintiendo…
-¡No le mentí!-lo interrumpió ella.-Solamente no puedo
decir ni una sola palabra, lo único que puedo hacer es ayudarle en todo lo que
necesite y estoy dispuesta a hacer lo que sea.
-No, usted en realidad quiere estar con Jean. Si es
así, prefiero no meterme en su relación.
-¡¿Qué?! ¡Entre Jean y yo no hay nada! Yo lo amo a
usted. ¿Cómo podría estar yo con una persona que lo quiere matar? Eso es
imposible.
-Para mí es difícil aceptar… su cambio. Ustedes son
totalmente diferentes a los humanos, somos enemigos por naturaleza.
-Puede que mi aspecto haya cambiado y hay muchas cosas
que cambiaron en mí, pero mi amor por usted jamás podrá cambiar, jamás morirá.
-Caroline, yo estoy muy cerca de la muerte y usted va
tener toda la eternidad para amar otras personas. No puede decir que su amor
por mí permanecerá vivo para siempre.
-Erik, por favor entiéndame. Yo lo amo. Usted me
necesita y aunque no lo crea, yo lo necesito.
Erik la miró fijamente a los ojos. Ciertamente eran
iguales a los de Jean pero la gran
diferencia era que los ojos de Caroline emanaban un gran amor. Ella no mentía.
No pudo evitar abrazarla con fuerza y hundió su cara en el cabello negro de
Caroline. Ella se clavó en su pecho y para sus oídos escuchar los agitados
latidos del corazón de Erik a causa del puro amor, fue la más hermosa música
que la oscuridad le podía ofrecer.
-De ahora en adelante van a pasar cosas más drásticas.
Tiene que abrir los ojos, Erik. Ábralos, ¡ábralos ahora!-dijo Caroline sin
soltarse pero Erik despertó.
Abrió rápidamente sus ojos mientras salía de una tina
blanca llena de agua fría donde estuvo sumergido un tiempo. Tomó aire con
fuerza y quedó sentado dentro de la tina. Inspeccionó el lugar donde se
encontraba. Estaba en una habitación amplia de paredes de madera gruesa toda de
color café oscuro. En una pared había colgado un espejo ovalado y debajo, un
lavamanos blanco. En la pared en frente de la tina había tres puertas cada una
con su respectivo número. Todo el lugar estaba iluminado de velas negras
ubicadas en el piso. Mientras Erik miró el lugar, se dio cuenta que el agua se
había convertido en sangre y salió de la tina rápidamente. No había un par de
zapatos o una camisa con que cubrirse. Lo único que tenía puesto era su
pantalón negro totalmente mojado.
¿Dónde estoy?
Lo único que parecía mostrarle la salida eran aquellas
tres puertas, así que se acercó a la puerta que tenía grabado en plata el
número uno. Tomó el picaporte, lo giró y abrió suavemente la puerta. Lo
transportó a un lugar que Erik jamás hubiera pensado. El cuadro de Versalles.
Se encontraba exactamente en el mismo atardecer, con las mismas personas
caminando en el mismo lugar; todo era justamente igual que el cuadro. Caminó
descalzo por una de las calles más que sorprendido por tan gran exactitud. Pero
de repente, vio que algo se sacudió entre los árboles. Era la sombra con sus
ojos azules. Se lanzó al suelo y emprendió la carrera. Erik también corrió a
toda velocidad entre las personas que parecían no darse cuenta de su
existencia. Atravesaron la ciudad mientras el frío viento le congelaba los
huesos y los músculos haciendo que de vez en cuando perdiera velocidad, pero
sacó fuerzas desde su cabeza a sus pies. Miraba de vez en cuando hacia atrás, y
la sombra que no corría sino que flotaba le enterraba su horrible mirada que
hacía que Erik corriera aún más. Atravesaron algunos parques y callejones que
no Erik no conocía, como en algunas otras oportunidades; volvía a andar sin
rumbo escapando del miedo. En unos minutos ya habían salido de Versalles.
Llegaron al bosque donde se habían encontrado anteriormente y perdió de vista a
la sombra cuando ésta metió velozmente entre los árboles.
Caminó en el bosque escuchando de nuevo los extraños
sonidos provenientes de árboles, animales y pájaros. No sabía a dónde iba pero
estaba muy alerta ante cualquier movimiento extraño. Lo distrajo una gran bandada de cuervos que
pasaron volando en el cielo mientras graznaban. Hicieron una forma de V hacia
adelante, mostrándole el camino. Erik continuó caminando hacia adelante, sin
dar ninguna curva; hasta que vio la sombra entre los árboles y la niebla. Ella
sintió su presencia y volvió a echar a correr y Erik la persiguió. En unos
segundos llegaron a un alto acantilado y la sombra se lanzó dejándose llevar
por la corriente del vigoroso río que había al fondo, pero Erik se detuvo
súbitamente. Vio que la sombra se fue con el agua pero no sabía si lanzarse o
no.
Todavía no debo
morir, no me lanzaré.
Dio media vuelta y ahí estaba solo la puerta con el
número uno. Sin pensarlo la abrió y entró y estuvo de nuevo en la habitación.
Respiró profundo. Estaba más que confundido, no sabía si lo que estaba viviendo
era solo un sueño o era la realidad. Quería irse de allí así que atravesó la
puerta con el número dos con la esperanza de que lo llevaría de vuelta al
castillo, pero se encontró en otro lugar.
Probablemente se encontraba de nuevo en Versalles,
pero ya no estaba atardeciendo; sino que estaba en pleno invierno. El cielo
estaba nublado, el suelo cubierto por espesa nieve blanca y los árboles
totalmente secos. Diagonal a él, había
una amplia casa gótica parecida a la de John. Estaba hecha de madera de un tono
morado oscuro, ventanales góticos y techos altos y triangulares. La casa estaba
totalmente encerrada de gigantes árboles cafés. Erik estaba parado en frente de
la puerta con la nieve congelándole los pies sorprendido porque se vio a sí
mismo tocando el violín en un balcón de la casa.
Subió las pequeñas escaleras y abrió la puerta. Por
dentro la casa era muy elegante pero también oscura y lóbrega. Subió al segundo
piso buscando el balcón entre habitaciones y pasillos; y al encontrarse con sí
mismo se dio cuenta de que había alguien tras él. Jean estaba al acecho. El Erik
que tocaba el violín estaba tan hipnotizado por su música que no se dio cuenta
de la presencia de Jean, hasta que él le tapó la boca con fuerza haciendo que
soltara el violín rompiéndose a la mitad. Lo bajó al primer piso casi
arrastrándolo con fuerza haciendo que se voltearan unas pequeñas mesas de la
sala y floreros de vidrio llenos de rosas que quedaron pisoteadas en el suelo; hasta
que lo sacó de la casa. Erik solo podía mirar y seguirlos con el corazón loco
de miedo, pero su voz había desaparecido.
Una vez afuera, el Erik clonado luchaba con todas sus
fuerzas de deshacerse de las garras de Jean, pero en un abrir y cerrar de ojos
él lo había mordido. El Erik verdadero cerró los ojos y agachó la cabeza. No
podía soportar imaginarse y mucho menos ver como aquel vampiro se alimentaba de
su sangre. Escuchó sus propios gritos de dolor con la esperanza de que alguien
viniera a ayudarlo pero no fue así. Una fuerte ráfaga de viento frío chocó
contra su cuerpo cuando Jean huyó a toda velocidad, y cuando el silencio reinó,
abrió sus ojos y pudo ver a sus pies una pequeña línea roja. A medida que
levantaba su mirada esa línea se hizo cada vez más ancha y el rojo más intenso.
Esta línea era una mancha de su propia sangre que provenía de su cadáver
tendido en la nieve con dos profundas marcas en su cuello. Se acercó a sí mismo,
se arrodilló ante su cuerpo dejando escapar sendas lágrimas de sus ojos. Lloró
en silencio, con amargura y rabia. A pesar de que el dolor lo quemaba por
dentro tuvo que hacerse consciente de que eso era una prueba de que su muerte
estaba cerca y no iba a poder hacer nada por evitarlo. Pronto, su cuerpo muerto
de desvaneció en el aire y a su lado apareció una tumba de piedra gris donde
había recargado un ángel con su cara hundida entre sus brazos y sus alas
estaban heridas y desgastadas. La única inscripción que había en la tumba era “Erik
Jügerhof, 1688-1715”.
¿No se supone que no
debo morir? ¿Qué está pasando? ¿Por qué me tiene que suceder a mí?
Sus lágrimas seguían derramándose por su rostro cuando
vio que la puerta reapareció para que regresara a la habitación. Entró y la
cerró con fuerza.
Lauren tenía razón, en ese momento estaba confundido y
aún no sabía si estaba despierto o si estaba soñando pero sea lo que sea quería
salir de allí inmediatamente. Por ahora lo único que había visto era indicios
de su muerte pero, ¿será que para Lauren esa era la felicidad, la muerte? No lo
sabía. Lo único que podía hacer era esperar aunque ya estaba cansado de
hacerlo. Se acercó al espejo. Deseaba ver al menos una cosa que era real: su
aspecto, su existir. Pero al tratar de ver su reflejo, solo vio una imagen
borrosa y disipada. Sintió rabia. Ni si quiera podía ver lo superficial e
inexpresivo de su rostro y su piel. Toda la ira que estaba guardada en su
corazón la descargó dándole un fuerte puño al espejo partiéndolo en mil pedazos
que cayeron al lavamanos que, con cada trozo; empezó a sangrar como si lo
hubiera herido. Abrió la llave para enjuagar la sangre pero en lugar de salir
agua, salía más sangre. De repente, empezó a brotar por todas partes. Las
paredes, el piso, la tina y cada rincón.
La sangre empezó a inundar la habitación hasta que sus
pies se cubrieron. No quería hacer parte de otro mar de sangre y con todo su
asombro atravesó la tercera puerta cerrándola con fuerza detrás de él. Entonces,
se vio en Berlín, justo en frente de un grandioso castillo edificado en medio
de un lago rodeado de una inmenso jardín lleno de árboles que se veía negro
gracias al igual que el agua gracias al cielo nocturno. Para llegar al portón,
había que atravesar un largo y ancho puente de fina madera. Cuando llegó, el
portón se abrió solo y entró en la gigantesca y alta sala principal. Allí
volvió a verse a sí mismo pero con Caroline, parecían hablar de algo importante
pero Erik no pudo escucharlo. Después un hombre desconocido les llevó una joven
mujer que lloraba desesperadamente. Erik y Caroline sonrieron y él mordió su
cuello haciendo que la mujer cayera al suelo mientras seguía gritando. Caroline
se unió a la matanza mordiendo una de las muñecas de la víctima y bebieron su
sangre hasta que se saciaron sintiendo el mayor placer de sentir la sangre
inocente corriendo por sus malvados cuerpos.
El Erik verdadero miraba con repulsión hacía sí mismo
y se llegó a odiar por hacer eso.
¿Cómo es esto
posible? ¿Seré uno de ellos?
Eso fue lo único que le mostró la tercera puerta. Él
mismo siendo un vampiro junto con Caroline. ¿Sería esa la felicidad?
¡No, imposible! Jamás
seré uno de ellos.
Salió del castillo y antes de que pudiera atravesar
por completo el pequeño jardín, la puerta ya lo estaba esperando. Cuando estuvo
en la habitación no quiso pensar en lo que acababa de ver, sino en la manera de
salir de allí. Así que lo analizó: para entrar y salir de la habitación tuvo
que usar las mismas puertas, entonces si llegó a ese lugar por medio de la
tina; tendría que salir usándola. La sangre de la habitación ya había
desaparecido pero la de la tina no. Sintió mucho asco y estupor al tener que
meterse en la sangre pero no tenía más remedio. Se sentó dentro de ella, se
sostuvo de los bordes, tomó una gran bocanada de aire y se sumergió. Estando
unos segundos bajo la sangre sintió que se sumía en un profundo sueño mientras
que caía en un gran vacío.
-¡Abra los ojos, Erik!-volvió a escuchar. Era Caroline
que estaba a su lado.
Despertó abruptamente sintiéndose ahogado pero no
podía moverse. Su cuerpo estaba petrificado, su piel muy pálida y su mirada
clavada en el alto techo de la biblioteca.
-¿Qué fue lo que pasó?-preguntó con una voz muy débil
tratando de incorporarse.
-Todo fueron pistas, Erik. Trate de no
olvidarlas.-respondió Caroline.
Se sentó lenta y difícilmente en frente del
escritorio, tomó una hoja en blanco, una pluma y tinta y escribió todo lo
sucedido.
-¿Pero qué fue exactamente eso? ¿Va a pasar de
seguido?-preguntó Erik mientras escribía.
-Sí, pero no es posible saber con exactitud en qué
momento entrará en ese letargo que le va a mostrar cosas muy diferentes. Tiene
que estar preparado tanto mental como físicamente puesto que el tiempo también
se le va a desacomodar.
Erik no se había percatado de que la noche ya había
caído.
-Sentí como si solo hubiera pasado unas tres o cuatro
horas.
-Aquí la noche ya está muy profundizada. Esos sucesos
lo puede llamar alucinaciones aunque yo preferiría llamarlo “escapes de la
realidad”
-¿Es decir que lo que me pase no es real?
-No, pero son profecías y pistas que se podrían
cumplir en cualquier momento. Por eso tiene que estar muy atento.
Erik guardó las hojas entre las del libro que estaba
ojeando. Sin decir nada, Caroline salió de la biblioteca para buscar alimento
con los demás, pero él se quedó allí; pensando, especialmente en lo que la
última puerta le había mostrado.
Parece que tengo dos
opciones: morir o convertirme en uno de ellos. No quiero hacerlo, pero es lo
único que el destino tiene preparado para mí.
Sin saber por qué, tuvo la sensación de que había vivido
su vida a base de mentiras pero que de ahora en adelante tendría la oportunidad
de desvelar todas las verdades.
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