Capítulo 12
Cartas y Enigmas
L
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eyó varias veces la enigmática historia de Jean. A pesar de que era corta
sentía que había algo más escondido dentro de ella. De repente, volvió a su
cabeza el pensamiento de que Damen parecía apoyar los planes de Jean y tuvo la
sensación de que ellos dos ya se conocían desde hace tiempo atrás. Ahora, que
Caroline había olvidado todo gracias a las malditas miradas de Jean, Erik
sintió que también la conocía desde hace mucho tiempo. Aquel extraño
sentimiento lo embargó cuando la veía a ella totalmente desorientada sin
conocer a nadie, ni siquiera su propia vida.
¿Cómo puedo sentir eso? Jamás la
había visto en mi vida.
En su habitación, vio
el retrato de Alexander. Quería devolverlo a John de inmediato pero en ese
momento debía estar dormido. Encerrado en aquel castillo, Erik era la única
persona que estaba despierta, la única que podía ver la luz del día porque el
sol no había vuelto a aparecer. Supo, entonces, que se había alejado del mundo
por completo, que estaba metido en otro planeta donde él no pertenecía.
Por otro lado, cada
estancia del castillo le recordaba más días de su vida. A pesar de que estaba
lejos del mundo real, sentía al mismo tiempo que debía estar allí. La gran
biblioteca, que era uno de sus lugares favoritos; le hizo recordar los días en
que pasaba horas leyendo en la biblioteca de Berlín después de sus clases. En
el castillo había un salón de música el cual Erik había descubierto en aquellos
días de soledad donde lo único que podía hacer era recorrerlo. En una esquina
había un piano negro de cola y un violín. También había una pequeña estantería
con unos pocos libros de música, un gran ventanal dejaba que la luz nublada de
los días entrara y había varios candelabros con velas rojas. Aunque tuvo la
oportunidad de recibir unas cuantas clases de piano, jamás había aprendido a
tocarlo. Solamente se sentó frente a él y oprimió teclas al azar. No se sabía
ninguna melodía pero el solo hecho de escuchar cada sonido de las teclas y
luego el intenso vibrar de las cuerdas, lo encerraba en un ambiente que no
había vuelto a sentir desde que salió de su país. Era un ambiente de
tranquilidad pero al mismo tiempo, de soledad. Ciertamente, Erik seguía
sintiéndose solo pero el sosiego lo había abandonado hace mucho tiempo. Puede
que ya no hubiera sombras que lo acechaban o que la sensación de que lo
observaban hubiera desaparecido; pero la muerte aún lo seguía y era exactamente
eso lo que no lo dejaba pensar en paz.
Salió de la sala y se
dirigió al pasillo donde se encontraba su habitación, pero vio que la puerta de
la habitación de John estaba vierta de par en par. Se asomó y él no estaba
allí. Así que Erik entró a su habitación, tomó el retrato y lo dejó encima de
la mesa de noche de John. Notó que aquel lugar estaba impregnado de la misma
extraña energía que todos los demás vampiros desprendían. Se sintió en un
ambiente tenso, muy diferente al que sentía cuando entraba a su habitación.
Creyó estar dentro de un lecho de muerte en lugar de estar en el aposento de su
“amigo”, como John mismo se hacía llamar.
Ciertamente la
habitación era mucho más amplia que la de Erik. La cama era más grande y un
poco más al lado derecho había un mueble de estantes llenos de libros. Se
acercó a éstos. Trató de leer los lomos y tomó uno al azar. Lo sacó con fuerza
puesto que los libros estaban muy apretados. Lo abrió y leyó unas pocas
páginas, era tan solo una novela de un autor desconocido. Al dejarlo en su
lugar, tuvo que presionarlo para que volviera a entrar entre los otros dos
libros; pero al hacer fuerza el estante se dio la vuelta empujando a Erik a un
túnel. Comprendió porqué Damen no le había dado esa habitación: tenía un pasadizo
secreto.
El túnel estaba hecho
de piedra clara pero estaba totalmente oscuro. La única luz que había era la de
las antorchas fijas a la pared a lo largo de la construcción. Hacía frío y
caminó lentamente por el pasadizo haciendo que cada uno de sus pasos retumbara
en fuertes ecos por toda la estancia. Pronto llegó a unas pequeñas escaleras
que conducían a una vieja puerta de madera llena de polvo y rodeada de
telarañas. Subió las escaleras y abrió la puerta que chilló haciendo eco por
todo lo largo del túnel.
La puerta daba a algo
así como una amplia oficina cuyas paredes estaban tapizadas de terciopelo
morado oscuro y el todo el piso estaba recubierto por una alfombra roja. En el
centro había un viejo escritorio de madera donde descansaban una cantidad de
papeles desorganizados y detrás de la mesa, había una silla también de madera
vieja. Todo el lugar estaba lleno de más muebles llenos de libros que databan
de fechas muy antiguas y estaba iluminado por muchas velas blancas y negras en
sus respectivos candelabros.
Se acercó al
escritorio y se sentó frente a él. Ojeó los documentos y supo que todos ellos
eran cartas, unas largas y otras cortas; demasiado viejas. Tomó una cualquiera
y la leyó:
Noviembre 20 de 1713.
Versalles, Francia.
Señor Jean Schweitzer.
En vista de sus
continuos viajes, le solicito que, como respuesta a esta carta; me avise cuándo
va a llegar a Francia para así proceder con mi trabajo y enviar la carta a
Berlín. Espero su pronta respuesta. Buena suerte.
Atentamente,
Damen Bayeux.
Erik estaba atónito. ¿Damen esperó a
que Jean llegara a Francia para que todo esto comenzara? Definitivamente Damen
parecía ser un cómplice de los malvados planes de Jean. Dejó la carta donde
estaba y leyó otra:
Enero 6 de 1715.
Versalles, Francia.
Señorita Caroline.
En pocos días el señor Erik Jügerhof estará presente en mi castillo. Le
pido que, cuando yo le de mi aviso; esté muy pendiente de él y no lo deje
escapar. No permita que el plan tome un curso diferente y haga todo lo que
usted ya sabe que es necesario. Cuento con usted para esto.
Cordialmente,
Damen Bayeux.
Erik ya sabía que Caroline hacía parte del plan de Damen pero no obedeció
lo que él le había pedido. Ella se había enamorado de Erik y eso atrajo aún más la ira de Jean, a menos
que eso también tuviera que pasar y el amor que Caroline sentía por él fuera
falso o también fuera una parte del plan. Confirmó otra vez en su cabeza que
siempre había vivido a base de mentiras. Dejó la carta sobre el escritorio y
leyó otra pero era mucho más antigua que las demás y parecía no tener nada que
ver con el plan de Damen:
Marzo 27 de 1442.
Versalles, Francia.
Estimado señor Damen Bayeux.
La presente carta es para
informarle que ya he cumplido con el trabajo que me concedió. Jean Schweitzer
ha sido convertido exactamente a sus 15 años de edad y en estos últimos dos
años he estado haciendo todo lo posible por enseñarle cada uno de los temas que
tienen que ver con el mundo vampírico. Espero que, a medida que Jean vaya
creciendo; no se vaya a sentir decepcionado con él.
Por mi parte, me siento muy
honrado de tener que servir a su merced y estaré dispuesto a contribuir con el
crecimiento de su clan. Gracias por haberme brindado esta oportunidad.
Cordialmente,
Erik Jügerhof.
La sangre se le heló. No le cabía en su mente una gran cantidad de cosas
como haber vivido desde hace tantos años y, lo peor de todo; que él era un
vampiro pero, ¿cómo era eso posible? ¿En qué momento Erik fue un vampiro? Se
sintió más confundido que nunca.
¿Qué es lo que ha pasado
exactamente con mi vida, con mi alma? Damen debe saberlo todo pero no quiere
decírmelo. Entonces, ¿quién soy yo en realidad? ¿Cómo pude haber vivido tantos
años? Lo peor de todo es que no recuerdo nada. No, no. Debo estar soñando, todo
esto es imposible; ¡nada de esto es cierto!
Se sintió desesperado, sintió que no estaba allí en ese momento, que él no
era él mismo. Pero jamás se le había ocurrido pensar que quizás él tuvo
una...vida pasada.
No quiso ni imaginar qué era lo que decían las demás cartas. Solamente
guardó ésta última en un bolsillo de su pantalón, cogió con rapidez un gran plano del castillo que estaba sobre el
escritorio y salió del pasadizo velozmente. La noche había caído y no se acordó
que el túnel provenía de la habitación de John y tampoco lo vio a él. Ahora,
John se dio cuenta que no solo supo de la existencia del pasadizo, sino de
muchas otras cosas más que Erik todavía no debía saber.
Se sentó en una de las sillas del gran comedor. Era una sala grandísima con
una larga y amplia mesa de madera oscura y pesada, con numerosas sillas a cada
lado de ésta, el techo era muy alto y lleno de bóvedas de crucería. Extendió el
papel amarillento del plano sobre la mesa. Había una gran cantidad de
habitaciones, salas y escaleras que todavía no conocía, pero también había
dibujadas algunas otras habitaciones que estaban ubicadas en lugares
incoherentes. Eran más pasadizos pero no estaba especificada la ruta para
llegar a ellos. Solamente una persona que conociera a la perfección el castillo sabría
encontrarlos.
De repente, una pequeña gota de sangre empezó a brotar en el plano; justo
en el lugar donde Erik se encontraba. La gota de sangre se movió por sí sola
formando cierto camino en el plano y a pesar de que Erik levantó el papel; la
sangre no se desvió. Entonces recordó las últimas palabras de Lauren: la sangre
le iba a mostrar el camino que debía seguir.
Caminó por el domicilio conforme la gota de sangre se lo mostraba en el
plano. Tuvo que recorrer algunas salas de estar y atravesar pasillos que no
conocía pero el plano los mostraba muy claramente. Luego de unos minutos llegó
a una parte del jardín que tampoco había visto cuando él creía que ya lo
conocía por completo. Entre unos árboles estaba John quien lo esperaba al lado
de un bello caballo negro de crin larga, blanca y lisa al igual que la cola.
-Buenas noches, Erik. Supongo que en este momento tiene una gran cantidad
de preguntas en su cabeza. Pues bien, monte al caballo y continúe por el único
camino donde llegue la luz de la luna más brillantemente porque se encontrará
con muchos a lo largo del recorrido. Si lo logra, llegará a un pequeño pueblo
donde encontrará alguna de las respuestas.-dijo John y tomó el plano de las
manos de Erik.-Buena suerte, y recuerde lo que le dije. Si puedo, lo visitaré.
-¿Me quedaré allí mucho tiempo?-preguntó Erik con un hilo de voz.
-No lo sé. Eso depende de su progreso, pero iré a ayudarlo; ese es mi
trabajo.
-Está bien. Y por favor, si tardo demasiado; cuide de Caroline.
-Lo haré.
Erik se subió al caballo y emprendió por el camino iluminado que
serpenteaba entre el jardín. Iba con la continua esperanza de que, a pesar que
se dirigía a un lugar desconocido; lograría orientar de nuevo su mente y su
alma.
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