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miércoles, 6 de febrero de 2013

Día 17, Capítulo 10


Capítulo 10
Escape de la Realidad
M
ientras estaba en la biblioteca ojeando unos libros, la molesta sensación de que algo extraño iba a suceder ese día no dejaba de perseguirlo. En realidad no estaba prestando atención a lo que veía sino que recordaba lo que Lauren le había dicho la noche anterior. No podía dejar de pensar a qué felicidad se refería y ya no podía ver con certeza lo que le futuro le traía. Al principio había pensado en cumplir con su misión y regresar a Alemania, pero ahora ya ni podía salir de la ciudad. La voz de Caroline lo sobresaltó.
-Vine porque quería asegurarme de que se encontraba bien.-dijo ella acercándose.
-Sí, lo estoy. Gracias.-respondió Erik sin despegar la mirada del libro.
Caroline suspiró.
-Erik, no quiero que se aleje de mí. Quiero que sigamos juntos.
-Todo este tiempo me estuvo mintiendo…
-¡No le mentí!-lo interrumpió ella.-Solamente no puedo decir ni una sola palabra, lo único que puedo hacer es ayudarle en todo lo que necesite y estoy dispuesta a hacer lo que sea.
-No, usted en realidad quiere estar con Jean. Si es así, prefiero no meterme en su relación.
-¡¿Qué?! ¡Entre Jean y yo no hay nada! Yo lo amo a usted. ¿Cómo podría estar yo con una persona que lo quiere matar? Eso es imposible.
-Para mí es difícil aceptar… su cambio. Ustedes son totalmente diferentes a los humanos, somos enemigos por naturaleza.
-Puede que mi aspecto haya cambiado y hay muchas cosas que cambiaron en mí, pero mi amor por usted jamás podrá cambiar, jamás morirá.
-Caroline, yo estoy muy cerca de la muerte y usted va tener toda la eternidad para amar otras personas. No puede decir que su amor por mí permanecerá vivo para siempre.
-Erik, por favor entiéndame. Yo lo amo. Usted me necesita y aunque no lo crea, yo lo necesito.
Erik la miró fijamente a los ojos. Ciertamente eran iguales  a los de Jean pero la gran diferencia era que los ojos de Caroline emanaban un gran amor. Ella no mentía. No pudo evitar abrazarla con fuerza y hundió su cara en el cabello negro de Caroline. Ella se clavó en su pecho y para sus oídos escuchar los agitados latidos del corazón de Erik a causa del puro amor, fue la más hermosa música que la oscuridad le podía ofrecer.
-De ahora en adelante van a pasar cosas más drásticas. Tiene que abrir los ojos, Erik. Ábralos, ¡ábralos ahora!-dijo Caroline sin soltarse pero Erik despertó.
Abrió rápidamente sus ojos mientras salía de una tina blanca llena de agua fría donde estuvo sumergido un tiempo. Tomó aire con fuerza y quedó sentado dentro de la tina. Inspeccionó el lugar donde se encontraba. Estaba en una habitación amplia de paredes de madera gruesa toda de color café oscuro. En una pared había colgado un espejo ovalado y debajo, un lavamanos blanco. En la pared en frente de la tina había tres puertas cada una con su respectivo número. Todo el lugar estaba iluminado de velas negras ubicadas en el piso. Mientras Erik miró el lugar, se dio cuenta que el agua se había convertido en sangre y salió de la tina rápidamente. No había un par de zapatos o una camisa con que cubrirse. Lo único que tenía puesto era su pantalón negro totalmente mojado.
¿Dónde estoy?
Lo único que parecía mostrarle la salida eran aquellas tres puertas, así que se acercó a la puerta que tenía grabado en plata el número uno. Tomó el picaporte, lo giró y abrió suavemente la puerta. Lo transportó a un lugar que Erik jamás hubiera pensado. El cuadro de Versalles. Se encontraba exactamente en el mismo atardecer, con las mismas personas caminando en el mismo lugar; todo era justamente igual que el cuadro. Caminó descalzo por una de las calles más que sorprendido por tan gran exactitud. Pero de repente, vio que algo se sacudió entre los árboles. Era la sombra con sus ojos azules. Se lanzó al suelo y emprendió la carrera. Erik también corrió a toda velocidad entre las personas que parecían no darse cuenta de su existencia. Atravesaron la ciudad mientras el frío viento le congelaba los huesos y los músculos haciendo que de vez en cuando perdiera velocidad, pero sacó fuerzas desde su cabeza a sus pies. Miraba de vez en cuando hacia atrás, y la sombra que no corría sino que flotaba le enterraba su horrible mirada que hacía que Erik corriera aún más. Atravesaron algunos parques y callejones que no Erik no conocía, como en algunas otras oportunidades; volvía a andar sin rumbo escapando del miedo. En unos minutos ya habían salido de Versalles. Llegaron al bosque donde se habían encontrado anteriormente y perdió de vista a la sombra cuando ésta metió velozmente entre los árboles.
Caminó en el bosque escuchando de nuevo los extraños sonidos provenientes de árboles, animales y pájaros. No sabía a dónde iba pero estaba muy alerta ante cualquier movimiento extraño.  Lo distrajo una gran bandada de cuervos que pasaron volando en el cielo mientras graznaban. Hicieron una forma de V hacia adelante, mostrándole el camino. Erik continuó caminando hacia adelante, sin dar ninguna curva; hasta que vio la sombra entre los árboles y la niebla. Ella sintió su presencia y volvió a echar a correr y Erik la persiguió. En unos segundos llegaron a un alto acantilado y la sombra se lanzó dejándose llevar por la corriente del vigoroso río que había al fondo, pero Erik se detuvo súbitamente. Vio que la sombra se fue con el agua pero no sabía si lanzarse o no.
Todavía no debo morir, no me lanzaré.
Dio media vuelta y ahí estaba solo la puerta con el número uno. Sin pensarlo la abrió y entró y estuvo de nuevo en la habitación. Respiró profundo. Estaba más que confundido, no sabía si lo que estaba viviendo era solo un sueño o era la realidad. Quería irse de allí así que atravesó la puerta con el número dos con la esperanza de que lo llevaría de vuelta al castillo, pero se encontró en otro lugar.
Probablemente se encontraba de nuevo en Versalles, pero ya no estaba atardeciendo; sino que estaba en pleno invierno. El cielo estaba nublado, el suelo cubierto por espesa nieve blanca y los árboles totalmente secos.  Diagonal a él, había una amplia casa gótica parecida a la de John. Estaba hecha de madera de un tono morado oscuro, ventanales góticos y techos altos y triangulares. La casa estaba totalmente encerrada de gigantes árboles cafés. Erik estaba parado en frente de la puerta con la nieve congelándole los pies sorprendido porque se vio a sí mismo tocando el violín en un balcón de la casa.  
Subió las pequeñas escaleras y abrió la puerta. Por dentro la casa era muy elegante pero también oscura y lóbrega. Subió al segundo piso buscando el balcón entre habitaciones y pasillos; y al encontrarse con sí mismo se dio cuenta de que había alguien tras él. Jean estaba al acecho. El Erik que tocaba el violín estaba tan hipnotizado por su música que no se dio cuenta de la presencia de Jean, hasta que él le tapó la boca con fuerza haciendo que soltara el violín rompiéndose a la mitad. Lo bajó al primer piso casi arrastrándolo con fuerza haciendo que se voltearan unas pequeñas mesas de la sala y floreros de vidrio llenos de rosas que quedaron pisoteadas en el suelo; hasta que lo sacó de la casa. Erik solo podía mirar y seguirlos con el corazón loco de miedo, pero su voz había desaparecido.
Una vez afuera, el Erik clonado luchaba con todas sus fuerzas de deshacerse de las garras de Jean, pero en un abrir y cerrar de ojos él lo había mordido. El Erik verdadero cerró los ojos y agachó la cabeza. No podía soportar imaginarse y mucho menos ver como aquel vampiro se alimentaba de su sangre. Escuchó sus propios gritos de dolor con la esperanza de que alguien viniera a ayudarlo pero no fue así. Una fuerte ráfaga de viento frío chocó contra su cuerpo cuando Jean huyó a toda velocidad, y cuando el silencio reinó, abrió sus ojos y pudo ver a sus pies una pequeña línea roja. A medida que levantaba su mirada esa línea se hizo cada vez más ancha y el rojo más intenso. Esta línea era una mancha de su propia sangre que provenía de su cadáver tendido en la nieve con dos profundas marcas en su cuello. Se acercó a sí mismo, se arrodilló ante su cuerpo dejando escapar sendas lágrimas de sus ojos. Lloró en silencio, con amargura y rabia. A pesar de que el dolor lo quemaba por dentro tuvo que hacerse consciente de que eso era una prueba de que su muerte estaba cerca y no iba a poder hacer nada por evitarlo. Pronto, su cuerpo muerto de desvaneció en el aire y a su lado apareció una tumba de piedra gris donde había recargado un ángel con su cara hundida entre sus brazos y sus alas estaban heridas y desgastadas. La única inscripción que había en la tumba era “Erik Jügerhof, 1688-1715”.
¿No se supone que no debo morir? ¿Qué está pasando? ¿Por qué me tiene que suceder a mí?
Sus lágrimas seguían derramándose por su rostro cuando vio que la puerta reapareció para que regresara a la habitación. Entró y la cerró con fuerza.
Lauren tenía razón, en ese momento estaba confundido y aún no sabía si estaba despierto o si estaba soñando pero sea lo que sea quería salir de allí inmediatamente. Por ahora lo único que había visto era indicios de su muerte pero, ¿será que para Lauren esa era la felicidad, la muerte? No lo sabía. Lo único que podía hacer era esperar aunque ya estaba cansado de hacerlo. Se acercó al espejo. Deseaba ver al menos una cosa que era real: su aspecto, su existir. Pero al tratar de ver su reflejo, solo vio una imagen borrosa y disipada. Sintió rabia. Ni si quiera podía ver lo superficial e inexpresivo de su rostro y su piel. Toda la ira que estaba guardada en su corazón la descargó dándole un fuerte puño al espejo partiéndolo en mil pedazos que cayeron al lavamanos que, con cada trozo; empezó a sangrar como si lo hubiera herido. Abrió la llave para enjuagar la sangre pero en lugar de salir agua, salía más sangre. De repente, empezó a brotar por todas partes. Las paredes, el piso, la tina y cada rincón.
La sangre empezó a inundar la habitación hasta que sus pies se cubrieron. No quería hacer parte de otro mar de sangre y con todo su asombro atravesó la tercera puerta cerrándola con fuerza detrás de él. Entonces, se vio en Berlín, justo en frente de un grandioso castillo edificado en medio de un lago rodeado de una inmenso jardín lleno de árboles que se veía negro gracias al igual que el agua gracias al cielo nocturno. Para llegar al portón, había que atravesar un largo y ancho puente de fina madera. Cuando llegó, el portón se abrió solo y entró en la gigantesca y alta sala principal. Allí volvió a verse a sí mismo pero con Caroline, parecían hablar de algo importante pero Erik no pudo escucharlo. Después un hombre desconocido les llevó una joven mujer que lloraba desesperadamente. Erik y Caroline sonrieron y él mordió su cuello haciendo que la mujer cayera al suelo mientras seguía gritando. Caroline se unió a la matanza mordiendo una de las muñecas de la víctima y bebieron su sangre hasta que se saciaron sintiendo el mayor placer de sentir la sangre inocente corriendo por sus malvados cuerpos.
El Erik verdadero miraba con repulsión hacía sí mismo y se llegó a odiar por hacer eso.
¿Cómo es esto posible? ¿Seré uno de ellos?
Eso fue lo único que le mostró la tercera puerta. Él mismo siendo un vampiro junto con Caroline. ¿Sería esa la felicidad?
¡No, imposible! Jamás seré uno de ellos.
Salió del castillo y antes de que pudiera atravesar por completo el pequeño jardín, la puerta ya lo estaba esperando. Cuando estuvo en la habitación no quiso pensar en lo que acababa de ver, sino en la manera de salir de allí. Así que lo analizó: para entrar y salir de la habitación tuvo que usar las mismas puertas, entonces si llegó a ese lugar por medio de la tina; tendría que salir usándola. La sangre de la habitación ya había desaparecido pero la de la tina no. Sintió mucho asco y estupor al tener que meterse en la sangre pero no tenía más remedio. Se sentó dentro de ella, se sostuvo de los bordes, tomó una gran bocanada de aire y se sumergió. Estando unos segundos bajo la sangre sintió que se sumía en un profundo sueño mientras que caía en un gran vacío.
-¡Abra los ojos, Erik!-volvió a escuchar. Era Caroline que estaba a su lado.
Despertó abruptamente sintiéndose ahogado pero no podía moverse. Su cuerpo estaba petrificado, su piel muy pálida y su mirada clavada en el alto techo de la biblioteca.
-¿Qué fue lo que pasó?-preguntó con una voz muy débil tratando de incorporarse.
-Todo fueron pistas, Erik. Trate de no olvidarlas.-respondió Caroline.
Se sentó lenta y difícilmente en frente del escritorio, tomó una hoja en blanco, una pluma y tinta y escribió todo lo sucedido.
-¿Pero qué fue exactamente eso? ¿Va a pasar de seguido?-preguntó Erik mientras escribía.
-Sí, pero no es posible saber con exactitud en qué momento entrará en ese letargo que le va a mostrar cosas muy diferentes. Tiene que estar preparado tanto mental como físicamente puesto que el tiempo también se le va a desacomodar.
Erik no se había percatado de que la noche ya había caído.
-Sentí como si solo hubiera pasado unas tres o cuatro horas.
-Aquí la noche ya está muy profundizada. Esos sucesos lo puede llamar alucinaciones aunque yo preferiría llamarlo “escapes de la realidad”
-¿Es decir que lo que me pase no es real?
-No, pero son profecías y pistas que se podrían cumplir en cualquier momento. Por eso tiene que estar muy atento.
Erik guardó las hojas entre las del libro que estaba ojeando. Sin decir nada, Caroline salió de la biblioteca para buscar alimento con los demás, pero él se quedó allí; pensando, especialmente en lo que la última puerta le había mostrado.
Parece que tengo dos opciones: morir o convertirme en uno de ellos. No quiero hacerlo, pero es lo único que el destino tiene preparado para mí.
Sin saber por qué, tuvo la sensación de que había vivido su vida a base de mentiras pero que de ahora en adelante tendría la oportunidad de desvelar todas las verdades.
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